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miércoles, 28 de octubre de 2009

Tuxtla Gutiérrez (Guti), recorriendo el río Grijander en lancha y demás aventuras sin mayor interés


En efecto. El domingo 25 llegué a eso de las once de la noche a la pintoresca ciudad de Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado de Chiapas y la población con más población. Lo cierto es que no es una ciudad demasiado atractiva y lo más interesante se encuentra por los alrededores, como el Cañón del Sumidero, cercano a la población de Chiapa de Corzo, un impresionante cañón natural formado por las aguas del río Grijalva.

Como veo que no me seguís el ritmo, dejaré que las imágenes hablen por mí.


La encalada catedral de Tuxtla


En una calle cualquiera


Abre los ojos




El embarcadero de Chiapa de Corzo


Que suba el siguiente


De puente a puente


La estalactita con forma de caballito de mar



Ay, quién maneja mi barca


Apuntando hacia el cañón


Grijalva abajo


Paredes de granito



La cascada 'árbol de navidad'


Más de lo mismo


Bajo el árbol


Dos pájaros a tiro


El Cristo de la gruta


Y al final, el final


Después de tres días por Tuxtla Gutiérrez y sus alrededores, el miércoles 28 de octubre emprendí camino hacia la población de San Cristóbal de las Casas, también en Chiapas, pero eso es ya otra historia...


El brujo Lalo

martes, 27 de octubre de 2009

Don Simón de Oaxaca, los desastres de la guerra, el formulario H-20, las falleras asesinas y ese tipo de historias que nunca nadie debería contar


Claro que no me lo invento, todo es tal cual lo cuento. El viernes 23 de octubre me levanté muy temprano, ya que el bus con destino a Oaxaca salía a las siete de la mañana de la cercana estación de autobuses. Cuál fue mi sorpresa al comunicarme la taquillera que se tardaban once horas en llegar. Rápidamente consulté la guía para descubrir que había un servicio de furgonetas –sí, sí, furgonetas- que hacían ese mismo recorrido en seis horas y mucho más barato. Me dirigí hacia la dirección que indicaba la guía, también cercana y allí estaba una furgoneta habilitada con cuatro hileras de asientos a punto de partir. El simpático conductor me invitó a subir y emprendimos el viaje por la peor carretera que jamás he transitado, llena de baches, agujeros e impactos de meteorito (con los meteoritos humeantes todavía allí). Después de seis ajetreadas horas llegamos a Oaxaca a medio día. Estábamos en el centro, por lo que me dirigí andando por las pobladas calles de la capital oaxaqueña. El hostal que me habían recomendado en Puerto Escondido, estaba lleno, así como los dos siguientes en los que pregunté. Finalmente encontré uno con habitaciones libres, aunque un poco caro.
La ciudad no me pareció muy bonita, en comparación con las que ya había visto anteriormente. Lo que sí es cierto es que seguramente sea una de las ciudades con más marcha de todo el país, llena de garitos, bares con música en directo, discotecas y demás antros para pasar un buen rato bebiendo y escuchando música.

Oaxaca de día

Oaxaca de noche

Esa noche decidí cenar algo en el hotel, así que fui a comprar algunas viandas a un súper cercano. Compré una botella de vino Don Simón, que era el más barato (hay que tener en cuenta que aquí el vino es muy caro, sobre todo en relación a lo que cuesta el resto de cosas). Después de cenar y beberme media botella de vino salí a dar una vuelta. Estuve en un bar en el que tocaba un grupo de rock que hacía versiones de grupos mexicanos y españoles (algo muy común aquí, todos los grupos que he visto tocan exactamente las mismas canciones). Después de un rato y un par de cervezas me fui para el hotel algo aturdido. A la mañana siguiente amanecí con una gran resaca y con un extraño dolor en el hígado. Sin duda, el exceso de Don Simón es incompatible con el bienestar físico y mental.

Don Simón, el mejor compañero del malestar general

Ese mismo día busqué un hostal más barato, y encontré uno por menos de la mitad y que estaba bastante bien, salvo que el baño era una letrina comunal que me recordó que nunca hice la mili.
Esa misma mañana me encaminé a un mirador que hay subiendo por una empinada calle con escalones al norte de la ciudad. Cerca del mirador se encuentra un planetario y me decidí a ir. Antes de llegar al planetario me encontré con una multitudinaria congregación de gente que resultó formar parte de un congreso católico evangelizador y desde el mirador podían escucharse las exposiciones de los congresistas, que daban su cháchara desde un auditorio al aire libre que se encontraba cercano (y por cierto, cobraban entrada por asistir). Por supuesto, después de ascender por tortuosas y abrasadas cuestas, llegué al planetario para enterarme de que los sábados no había función (los planetas también tienen derecho a explayarse los fines de semana).

Vista desde el mirador (os aseguro que no es lo mismo sin oír de fondo: 'arrepentíos pecadores, bla, bla, bla...')

Planetario a tus planetas

De regreso, compré una canastilla de fruta y me la comí sentado en la Plaza del Zócalo, en el centro de la ciudad. Entonces fue cuando hizo acto de presencia una horda de falleras que por lo que pude averiguar, celebraban la festividad de un santo que ahora no recuerdo. Mi primer pensamiento al verlas fue que nunca más volvería a beber Don Simón.

Las Falleras asesinas en tromba

Así se quedó una pobre mujer al ver a las falleras desde su balcón

Fachada de una iglesia con impactos de bala de la época de la revolución (seguro que las falleras tuvieron algo que ver)
Ya por la tarde, en el hostal conocí a una pareja de italianos muy simpáticos con los que estuve charlando toda la tarde.
Aún maltrecho hepáticamente y con la imagen de las falleras dando vueltas por mis aturdidas retinas, me retiré pronto a dormir, con la idea de marcharme al día siguiente con rumbo a Tuxtla Gutiérrez, en el estado de Chiapas, pero eso ya es otra historia...


Sí, ya sé que esto es ya otra historia, pero como el relato de Oaxaca me quedaba un poco cojo he decidido incluirlo aquí. En la Odisea de viaje hacia Tuxtla Gutiérrez, hice escala en Tehuantepec, con la intención de seguir directamente hasta la capital de Chiapas. Finalmente, por extrañas vicisitudes que no vienen al caso, tuve que esperar cuatro horas en la maravillosa estación.
Estación de autobuses de Tehuantepec (os prometo que no es la iglesia)

Baño de la estación
Cuando vi el cartel, pensé que el Ministerio de Sanidad no les había renovado el permiso por la falta del formulario H-20. Luego caí en la cuenta de que, simplemente, les habían cortado el agua.

lunes, 26 de octubre de 2009

El paraíso (título dedicado al recientemente reaparecido Juanele)

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No es porque yo lo diga, pero sucedió más o menos así. El martes 20 me levanté temprano y me dirigí a la central de camiones de Zihuatanejo para emprender nueva ruta hasta la, también costera, población de Puerto Escondido. Para ello debía llegar hasta Acapulco y allí agarrar otro camión que me llevara a mi destino. La curiosa estación de Zihuatanejo me deparó la primera sorpresa del día, pues para acceder a las taquillas de venta de boletos había que atravesar un vestíbulo entoldado repleto de pájaros cuyo principal objetivo era cagarse en las cabezas de los allí presentes. Curiosamente, tuve suerte y pude emprender mi viaje inmaculado. Tras una parada de dos horas en Acapulco, reemprendí ruta hasta Puerto Escondido, donde llegué a las diez de la noche, siendo recibido por una impresionante tromba de agua. Tras registrarme en el Hotel, fui a dar una vuelta por el pueblo. La lluvia y la desértica apariencia del pueblo me hicieron regresar pronto.

Acapulco

A la mañana siguiente pude apreciar mejor la belleza del lugar. Se trata de una pequeña población costera de pescadores (y también de turistas) destino de surfistas, naturistas y autoestopistas cuyo principal afán es desaparecer. Es un pueblo pequeño, paradisíaco y encantador. En el hotel, un lugar agradable con terraza y hasta mesa de billar, me encontré con más gente que en mi destino anterior (y todos pagaban).



El puerto de Puerto

Playas interminablessssssss


Pescadores

El inconveniente de todos los paraísos, como bien saben Adán y Eva, es que son un tanto aburridos, por lo que tras estar tres días en el lugar (más tiempo del que había previsto en un principio), sin mayores historias que contar, salvo ser testigo de la suelta de crías de tortuga marina, ser testigo de las impresionantes puestas de sol, casi hacerme testigo de Jeová y ser protagonista de divertidos a la par que peligrosos baños en la playa, me decidí a cambiar de destino. El viernes me levanté temprano para dirigirme en furgoneta hasta la capital del estado, Oaxaca City, pero eso ya es otra historia...

Mar enfurecido, sueño de surfistas, suicidas y surfistas suicidas

Sol y sombra

Suelta de tortuguitas

Un surfista en apuros

Una tortuga en apuros

domingo, 25 de octubre de 2009

La Grecia clásica ya no es lo que era, ensaladilla a la Freeman, las mosquiteras que susurraban a las iguanas y otras historias de semejante pelaje

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Podía haber sido de otra manera, pero fue así. El domingo 18 de octubre salí temprano de Morelia y desde la central de autobuses agarré un camión hasta Lázaro Cárdenas, ya en la costa. Una ciudad un tanto cochambrosa, con una estación de autobuses a la altura de esa cochambrez. Para poder ir desde allí hasta Zihuatanejo tenía que ir a otra terminal (podría utilizar otro calificativo para describirla, pero creo que –y aun a riesgo de parecer repetitivo- cochambrosa es el más fiel a la realidad) que se encontraba a dos cuadras. Llegué a media tarde a mi destino y me encaminé en taxi hasta el hostal seleccionado. Tuve que escuchar, eso sí, toda suerte de relatos del taxista sobre ese hostal, tales como haber sufrido las siete plagas bíblicas, invasiones alienígenas y finalmente, dado que no reaccioné antes sus apocalípticos mensajes, un simple ‘seguramente estará lleno’, con el fin de llevarme a un hotel mucho mejor y más céntrico y barato que él, casualmente, conocía.
Mi hostal era una especie de vergel a 10 minutos del centro con un jardín tropical, flora y fauna de una exuberancia ecuatorial (cocoteros, mangos, pajarracos de todos los plumajes, iguanas de medio metro y reptiles de todos los colores y sabores) y con cabañas y barracones dignos de una película de Tarzán. En el hostal no había más clientes (las iguanas no pagan) y me recibió una aturdida lugareña que atendía la recepción por primera vez.
Mi habitación con cama amosquiterada

Selva de Mar, 28-30

Un cliente del hostal mosqueao con los precios

Salón-comedor

La furgona del Chepa

La ciudad de Zihuatanejo, para hacerse una idea, es una mezcla entre Lloret de Mar, Sta. Coloma de Gramanet, Kansas City en 1850 y Old Delhi.
Fui a dar una vuelta por el centro y cené en ‘una cenaduría’ (imagino que si hubiera comido hubiera sido una comeduría) donde probé un plato típico de la zona, el pozole de puerco, una especie de estofado de cerdo con verduras. El pequeño inconveniente es que la temperatura ambiental debía rondar los 40º, con una humedad del 80%. No fue una elección muy afortunada, aunque el platillo estaba rico.
Volví al hostal-selva. Por estas latitudes a las 8 ya es noche cerrada y como estaba cansado, pronto me fui a dormir, o eso pensaba. La habitación estaba provista de mosquiteras, ya que sus puertas y ventanas de caña dejaban pasar cualquier insecto y me atrevería a decir que cualquier mamífero un tanto audaz que se lo propusiera. El calor era horrible. No podía dormir y el ruido de los dos ventiladores que tenía tampoco ayudaba. Me bajé al bar que había en recepción a tomarme una cerveza, para que me ayudara a conciliar el sueño. Tardé mil horas en dormirme, pero sólo alcancé ese tipo de sueño liviano que no llega a ser profundo.
A través de la cortina

A la mañana siguiente quería ir a la playa ‘La Ropa’ a ver si me encontraba a Tim Robins y Morgan Freeman regentando su hotelito. Para acceder a ella tenía que subir una empinada carretera y rodear uno de los cerros que circunda la pequeña ciudad. La dueña del hostal me había recomendado que de camino, visitara ‘el Partenón’, una edificación a imagen de la griega que se había hecho construir un policía corrupto del lugar que acabaron matando (este tipo de historias abunda mucho por aquí). La construcción había sido expropiada por el Estado Federal y contaba con un vigilante, que según me contó la hostelera, me la mostraría dándole una pequeña propina (unos 20 pesos). Después de una tortuosa ascensión al Olimpo, llegué a la entrada cercada del Partenón. Apareció entonces el vigilante, pero se subió a la parra y me pidió 150 pesos por mostrarme el curioso templo. Le dije que el de Grecia era más barato y que le daba 30. No hubo acuerdo.

Entrada del Partenón

Decepcionado por no haber visto el Partenón, y sobre todo por el esfuerzo estéril de la ascensión, me fui hacia la playa, donde estuve toda la mañana recuperándome del chasco. No había a penas gente por allí, si acaso algún que otro gringo a deshora. Comí en un agradable restaurante playero un plato de tiritas y otro de ensaladilla. No es coña. No es que en este sitio reciclaran la basura de un hospital, las tiritas es un plato típico de la zona que consiste en macerar en limón trocitos de pescado crudo (algo parecido al cebiche), servido con cebolla y las ubicuas salsas picantes. La ensaladilla (en la carta llamada ‘ensalada de verduras con atún’, pero era una ensaladilla en toda regla) estaba riquísima (3 guisantes en la escala Richter-ensaladilliana) y la camarera me juró y perjuró que el cocinero era Morgan Freeman. También me dijo que Tim había salido a pescar en ese momento, pero que si esperaba, seguro que lo vería regresar con las redes llenas. No tuve paciencia.


Playismo

Victoria I

Victoria II

Ensaladilla a la Freeman

Con el estómago lleno y el alma curada –seguramente por las tiritas- regresé al hostal. Allí pasé la tarde charlando con la dueña y jugando con su perro Troy, un labrador muy cariñoso, pero que se cagaba en la puerta de mi barraca.
El más que simpático perro Troy

Al día siguiente me levanté temprano para dirigirme a Puerto Escondido, haciendo escala en Acapulco, pero eso ya es otra historia...

Otras imágenes de Zihuatanejo:








Eduardit on the rocks

Mongolismo callejero