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martes, 15 de diciembre de 2009

La Habana-Cancún-New York-Dublin-Madrid


El martes día 8 de diciembre, después de desayunar, salí a la calle para coger un taxi que me llevara al aeropuerto de La Habana. Un tipo se me acercó y me dijo si quería taxi. Le dije que sí. 20 CUC al aeropuerto. Yo le dije que ni hablar, 15. Él que OK y que esperase 5 minutos que tenía el coche no sé donde. A los 15 minutos aparece el tipo subido a un taxi que había parado él por la calle y me dice que le dé algo porque a tenido que ir corriendo para conseguirlo. Le digo 'que te den' -por la calle pasan taxis todo el rato, el tipo era otro listo más de La Habana- y me voy al aeropuerto, por fin. Esto es Cuba, amigos. O mejor, era.
Mientras esperaba la salida de mi vuelo, conocí en la pecera de fumadores del aeropuerto a un tipo de Jamaica que vivía en Belize y que había ido a Cuba para que le hicieran pruebas por sus problemas oculares. Al final resultó que necesitaba gafas.
Por fin salió el vuelo puntual de La Habana a las 12:50. En poco más de una hora estaba ya en el aeropuerto de Cancún. Estaba feliz. Fui en bus hasta el centro y me dirigí al Mayan Hostel, donde ya había estado la otra vez y donde había dejado el portátil y algunas otras cosas.
Por la tarde tenía que ir a comprarme ropa, ya que todo lo había regalado en cuba. Sólo me quedaba el bañador que llevaba puesto y un par de camisetas. Además, al día siguiente salía para Nueva York y en dos días estaría en Madrid. Fui a un centro comercial cercano y me compré lo que pude encontrar de más abrigo, que para ser el trópico no estuvo mal. Regresé al hostal, ordené mis cosas y a dormir.
A las 7 de la mañana del miércoles 9 de diciembre ya estaba en el aeropuerto de Cancún. Mi vuelo con destino a New York partía en poco más de dos horas.
Tras un anodino viaje, a eso de las dos de la tarde estaba haciendo la cola de inmigración del JFK airport. Yo ya tenía la tarjeta verde de turista, pues mi viaje comenzó aquí y pasé por tierra a México, pero me hicieron rellenar una nueva y me pidieron disculpas por ello. No sé si tiene algo que ver -luego me di cuenta- de que tenía puesta la camiseta de la antigua Unión Soviética (con la leyenda CCCP en el pecho) y algunos se me quedaban mirando.
Una vez superados los trámites migracionales, me dirigí al Air Train para ir de la terminal 8 a la 4, desde la que salía, en 5 horas, mi vuelo hasta Dublín.
Tras un vuelo del montón, sobre las 8 de la mañana aterrizamos en Dublín. Tenía ocho largas horas hasta que saliera mi vuelo con destino Madrid. Salí afuera de la terminal del aeropuerto y pude descubrir que no hacía excesivo frío. Además, el día amaneció despejado. Claro que nada tenía que ver ese sol mortecino y pusilánime que a penas se levantaba sobre el horizonte con el rotundo e inmisericorde dios del cielo que me había acompañado durante todo mi viaje, especialmente en la etapa tropical.
Así que, valorando las opciones, cogí un bus que me llevó al centro para darme una vuelta por Dublín. Antes me había tomado un café con leche y una magdalena de esas que llaman mufin por 5,20 euros!!! Me recordé en los países que había estado regateando por cuatro céntimos y ahora estaba pagando 100 pesos mexicanos ó 7 CUC ó 50 quetzales por un café y una madalena. En fin, ya estaba de vuelta a la realidad.
Estuve unas horas dando vueltas por Dublín y me volví para el aeropuerto. A las 16:15 salimos con destino Madrid. Antes de las 20 h ya estaba en Barajas.

NY

NY

Dublín

Dublín

Dublín

Madrid

Madrid

Madrid

Madrid

Madrid

Pepe Botella

La casa de Sylvia, donde me quedé estos días en Madrid

Sylvia's house

Chez Sylvia

Can Sylvia

Ahora estoy pasándo unos días en Madrid, antes de pasar las navidades con mi familia y volver a Barcelona.

Para mí, este blog ha cumplido varias funciones a lo largo del viaje. En primer lugar, ha sido una forma de compartir todo lo que me iba encontrando por los lugares en los que he estado. Por otro lado, me ha servido de diario, para disponer de un registro que me permita tener constancia fidedigna de hechos, fechas y lugares -quizás de ahí el excesivo detallismo de algunas narraciones-, que pueda llegar a consultar en un momento dado. Evidentemente, hay cosas que no aparecen en el blog por inadecuadas o comprometedoras para terceras personas -pongo como ejemplo los datos personales de la casa ilegal en la que me quedé en La Habana. Imagino que sabréis entenderlo-.

El viaje acabó. Hace justo tres meses que salía de Barcelona con todo en el horizonte. Ahora ya todo queda atrás. Han sido muchas cosas vividas, muchos paisajes, muchas situaciones, muchas gentes inolvidables que, de alguna forma, ya forman parte de mí.
Misión cumplida.
Hasta el próximo viaje!!

sábado, 12 de diciembre de 2009

Dos semanas a la cubana




A esto se llama empezar con buen pie, armándola en la plaza de Armas y una infinidad de edificantes historias que nunca reconoceré haber protagonizado

Claro que dirán que esto no es verdad, pero no hagáis caso, sabéis que yo sería incapaz de mentiros.
El lunes 23 de noviembre me levanté temprano y fui al banco a pagar los 262 pesos para poder salir de México. Llegué al aeropuerto de Cancún con tiempo y me puse en la caótica cola del vuelo de Cubana de Aviación con destino a La Habana. La gente viajaba con 60.000 maletas. Además, había un grupo musical que cargaba con todo el equipo y lo facturaba como si fueran maletas. De locos.
Una vez en el aeropuerto habanero, los trámites de entrada fueron rápidos, salvo que me seleccionaron aleatoriamente para registrar mi equipaje y hacerme algunas preguntas. Concluido el registro salí para coger un taxi y un tipo joven se me acercó para ofrecerme taxi barato. Me dijo que me costaría 15 CUC hasta el centro de La Habana. Le dije que OK. Llegamos al coche (me aseguraron que era un taxi oficial, pero era un coche destartalado sin ningún rótulo identificativo) y metimos el equipaje en el maletero, incluido la bolsa de mano alegando nosequé historia de control policial. Me hicieron sentarme delante junto al conductor. Detrás se sentó el que me había captado en el aeropuerto. En un momento dado del trayecto me giré y vi al de atrás metiendo el brazo por un agujero que le llevaba hasta el maletero, donde estaban mis cosas -también mi dinero-. Ni corto ni perezoso, salté al asiento de atrás alegando que allí iría mucho más cómodo. La verdad es que no se esperaban esa reacción -ni yo tampoco- y apartir de ahí no sucedió nada. Me dejaron en el sitio que les había indicado de La Habana, en la calle Allende 1005, donde había una casa particular que había encontrado por internet.
Aún con el sobresalto en el cuerpo del intento de robo de los falsostaxistas-manguis llamé al timbre de la casa particular. Me atendió Víctor, un cubano muy amable que me informó que tenía la casa ocupada, pero estuvo llamando a otras casa particulares de la zona hasta que encontró una libre. Me mandó a la casa cercana de Mirtha y Jorge, una pareja mayor también muy agradable. Casualmente, ese mismo día la Sra. Mirtha cumplía años. Me mostraron la habitación, muy acogedora y completa y me explicaron cosas básicas sobre la ciudad, a dónde ir, etc. También escucharon con sorpresa mi relato de la aventura taxística desde el aeropuerto. Después me fui a dar una vuelta atravesando el barrio del Vedado por la calle Infanta para llegar al Malecón. A medio camino, paré en 'El Rápido' y me comí un 'torpedo' de jamón, queso y mortadela y una cerveza Cristal por 2,95 CUC. Tras caminar un rato por el Malecón (lugar de botellón para los jóvenes y no tan jóvenes habaneros) bastante vacío -imagino porque era lunes- fui a tomarme un mojito al bar San Juan, que abría toda la noche, según me informó el simpático camarero Elguis, que, por supuesto, intentó venderme puros.

Nocturno Malecón


Malecón con melón

Sólo Malecón



Volví para casa y estuve charlando un rato, antes de retirarme a dormir, con Mirtha, Jorge y algunos de sus familiares -charlando, a dormir yo solo-, sobre atracos y demás temas de rabiosa actualidad -al menos para mí-.

Al día siguiente me comunicaron que tenía que cambiarme a casa de la vecina, ya que ellos estaban reservados para ese día por un grupo de ecuatorianas, o algo así. Llevé mis cosas y después de desayunar me fui a dar un paseo por La Habana Vieja. Cuando estaba llegando a la entrada del Barrio Chino, un tipo un poco raro se me acercó y me preguntó si me interesaba una habitación. Le dije que depende y me contestó que le siguiera para mostrármela. El personaje era un poco extraño, pero parecía de fiar. Después de caminar un buen rato llegamos al sitio, donde nos recibió una mujer también un tanto extraña y adormecida. Me pedía 20 CUC por una habitación ilegal, bastante peor que la legal que había tenido la noche anterior -por la que también había pagado 20 CUC-. Finalmente, me la dejó en 15 CUC, incluyendo las comidas. Quedamos en que iría al día siguiente, pues ese día ya lo tenía comprometido con la vecina de Mirtha.
Seguí mi recorrido por la Habana Vieja y en la Plaza de Armas estuve charlando con dos estudiantes de ciencias de la información que me informaron oportunamente de muchas cuestiones relativas a la irreal realidad cubana. Después seguí dando vueltas para intentar familiarizarme con la ciudad -cosa que, por supuesto, no conseguí-.

Plaza de Armas


Estudiantes desarmadas, pero bien informadas

Jardín de la Plaza de Armas

En la ilegalidad por casualidad, sin tino por el chino, y otras historias igualmente inquietantes

Al día siguiente y según lo previsto, me cambié a la casa particular ilegal que había encontrado por casualidad el día anterior. Dejé mis cosas y me fui a dar una vuelta por la Habana Vieja. Estuve visitando la catadral y otros lugares de interés. Fui al barrio chino a comer, en un lugar relativamente económico. Después me fui a tomar un café a la Cafetería Habana, que ya había conocido la primera noche. La simpática camarera me sugirió algunos sitios de rock y jazz, mientras una joven jinetera intentó que le invitara a algo sin éxito. Al rato apareció del brazo de un hombre que le duplicaba la edad. Finalmente me metí en un cine cuya entrada me costó 6 pesos cubanos. De vuelta a casa, empezó a llover y me fui empapando al ritmo en que la lluvia se fue intensificando. Llegué a casa a tiempo de hacer la tortilla de patatas que había prometido -mis promesas son siempre de la misma naturaleza-. Cené con la dueña de la casa y su hija de 8 años, mientras me contaba historias del barrio, de su familia, de su turbulento pasado y todo tipo de anécdotas truculentas que había vivido al tener que alquilar ilegalmente la habitación donde yo me hospedaba (también por horas, esto es, para que extranjeros que ligaban con cubanas, tuvieran donde llevar a cabo sus desmesuras sexuales).

Catedral (luego hay más)


Cubismo


La Bodeguita (mojitos a 6 CUC: por supuesto no entré)


En el chino



Por las calles de la Habana


Captador y anfitriona


El cardiólogo-manager-buscavidas, canta canta canta junto a su tomate el grillo en su jaula y otras aventuras que más valdría haber dejado para otra ocasión

El jueves 26 de noviembre me levanté temprano con la intención de visitar el museo de la Revolución. De camino al museo, en la Habana Vieja, un tipo desaliñado y con aspecto de no haber comido en días me pidió fuego y empezamos a hablar. Resultó ser Evelio -según él- un cardiólogo que me puso al corriente de todos los pormenores para sobrevivir en la Habana siendo turista y no gastar mucho dinero en el intento. A parte de cardiólogo en el hospital Hermanos Almeijeira -no es coña, os prometo que este hospital existe-, Evelio me contó que compaginaba la medicina con el managerismo musical. Esa misma tarde, unos de sus pupilos tenían un bolo en un cabaret de la Habana y me invitó a asistir. El tándem de artistas estaba compuesto por una solista, Suly, de voz impresionante -como después pude comprobar- y de una pareja de jovencitos reguetoneros, muy al estilo de lo que se lleva musicalmente en Cuba.
A las 3 de la tarde empezaba el show en el Sherezada, que así es como se llamaba el garito. Y para allí nos fuimos en un autobús para nosotros solos, fletado para la ocasión.
En la discoteca ya había gente bailando y bebiendo ron -insisto en que eran las 3 de la tarde- como si fueran las 3 de la madrugada. Tras el exitoso concierto en el que pude admirar la privilegiada voz de Suly y corroborar mi recalcitrante odio hacia el reguetón, nos fuimos para el Malecón a seguir la fiesta. De camino, íbamos rapeando improvisadamente por la calle, como seguro que todos ya estabais imaginando.
Dado que empezaba a llover, nos metimos en un bar con terraza cubierta que estaba próximo y seguimos la fiesta. A parte de los artistas y su manager, se había juntado más gente. La fiesta siguió entre conversaciones interesantes, diversas situaciones un tanto surrealistas de difícil reproducción escrita y alcohol. Después de cenar pizzas a precio cubano, la fiesta tocó a su fin y los olivos aguardaron pacientes la llegada de sus respectivos mochuelos.
Fue una noche muy divertida en la que aprendí muchas cosas sobre los cubanos, la realidad de Cuba, etc., entre otras, que no se le pueden prestar 20 CUC a un cardiólogo-managermusical y esperar que te los devuelva al día siguiente. Efectivamente, Evelio no acudió a la cita que tenía conmigo. Y aunque me había dado su e-mail, su teléfono y su supuesto emplazamiento en el hospital en el que trabajaba, decidí dejar las cosas como estaban. De cualquier forma, firmo por pasármelo tan bien siempre, y que la cosa me salga por menos de 20 euros -bueno, quizás algo más, contando las rondas que pagué y otros gastos no previstos-.

Artistas

Evelio y sus pupilos en el bus

El garito del concierto a las 3 de la tarde

Como sabía que no os lo creeríais aquí tengo la prueba

Suly, la cantante

Reguetón (sin melón)

Al día siguiente seguí dando vueltas por La Habana y empecé a plantearme los siguientes destinos dentro de Cuba. Varadero, uno de los destinos playeros más famosos, me salía por 85 CUC dos días en un hotel de esos de todo incluido (también el transporte). Hay que decir que en Varadero, al igual que en otros destinos turísticos por el estilo, no están permitidas las casas particulares. Acabaría yendo.
Esa noche cené en casa, donde me aguadaba un suculento menú de arroz con frijoles, picadillo de res, plátanos fritos y ensalada de pepinos en vinagre, todo aderezado con las sórdidas historias sobre el barrio y la situación cubana, de la mano de mi amable anfitriona.

Menudo menú


Anfitriona menudeando

La niña y una amiga de la familia

El sábado seguí pululando por la ciudad en busca de rincones interesantes e inspiradores -no voy a desvelar si los encontré o no-. Por la noche estuve en el Habana Café, un cabaret para turistas con una decoración acorde a la par que monocorde.

Capitolio

Capitolio y luz

La Habana por la mañana


Plaza de la Catedral



Catedralmente

Arcos y flores

Por la calle de la Amargura


Habana Café



Con poca fe en el Habana Café

Varado en Varadero, los saltimbanquis eslovacos que susurraban a las tortugas, por Trinidad y 'to' vago, en Camagüey: qué cama güey! y otras historias que no cualquiera será capaz de entender

El domingo 29 de noviembre tenía que estar enfrente del Capitolio, en el centro de la Habana para coger el bus que me llevaría hasta Varadero. A las tres y media ya estaba en el hotel Villa Tortuga, uno de esos de todo incluido (puedes beber y comer todo el día y está incluido en el precio) aunque de los baratos. La verdad es que el ambiente del hotel no era muy sugerente. Grupos de checos, polacos y europeos del este en general, algún sudamericano perdido y también algún que otro gringo quieroynopuedo -y yo, claro- poblaban el curioso lugar. Los dos días en el hotel transcurrieron sin pena ni gloria -o siendo honestos, con más pena que gloria- y todo se limitó a ir cambiando de bar dentro del complejo (creo que había, a parte del comedor, 4 bares diferentes) conforme transcurría el día, alguna que otra excursión a la playa (que se encontraba a 10 metros del hotel) y un único baño en la piscina, que por la cantidad de cloro que había en el agua -u otras sustancias tóxicas menos convencionales- me tuvieron toda una tarde con visión borrosa y confundiendo churras con merinas.
La última tarde intenté localizar un sitio con internet en el pueblo y por las proximidades del hotel, pero sin fortuna. Finalmente, encontré un sitio oficial con conexión en el que -por lo que pude averiguar después- la tía que lo regentaba me timó.
En fin. La misión de desconectar de la estresante Habana sí fue cumplida con creces en Varadero, aunque la sensación de estar varado también fue intensa.

De camino a Varadero

Complejo Villa Tortuga


La playa de Varadero

Playismo

Este me suena, pero no sé quién es

Al día siguiente tenía que coger un bus a las 14:55 que me llevaría a la ciudad de Trinidad, cercana a la costa caribeña de la isla y no muy alejada de la famosa Bahía de Cochinos. Al llegar a la ciudad de Cienfuegos, donde el bus tenía parada, un tipo se me acercó a ofrecerme habitación. Al decirle que yo no me quedaba allí, sino que mi destino era Trinidad, me dijo que allí estaba su madre y que la llamaría para avisarle de mi llegada. Le dije que no era necesario. Al volver al bus para reemprender la marcha, sólo quedábamos dos viajeros. La otra pasajera me dijo que tenía un sobrino en Trinidad que alquilaba habitación y que al llegar lo contactaría. Está claro que aunque viajes sin reserva -y sin guía, que por cierto no pude conseguir en Cancún como era mi intención- por Cuba, no te vas a quedar en la calle.
Llegamos a Trinidad, provincia de Sancti Spiritus, por una carretera infame y al bajar del bus vi que había una señora que llevaba un cartel con mi nombre. Era la madre del tipo de Cienfuegos, que finalmente la había llamado. Lo curioso es que la señora me dijo que no tenía habitación libre. Mi compañera de bus me acompañó hasta la casa de su sobrino en bicitaxi y tenía una habitación libre, en la que me quedé por 15 CUC por noche, como ya había medio convenido en el bus con ella. Eso sí, me comentó que lo normal eran 20-25, o incluso 30 CUC, en temporada alta. Yo le repliqué que qué temporada alta era esa en la que venían dos personas en el bus y una era natural de allí. En fin. Dejé las cosas en la habitación y fui a dar una vuelta por el pueblo. Un pueblo colonial, bonito, pero demasiado turístico -con independencia de la altitud o bajura de la temporada turística en la que nos encontrábamos-.
En la plaza del pueblo había algunos jóvenes haciendo botellón. En un momento dado, aparcó en la plaza un coche de esos de los cincuenta que por Cuba abundan tanto, del que salieron hasta once jovenzuelos. Me retiré a dormir.

Al día siguiente, me levanté a las 8:30 para el desayuno, en el que coincidí con el otro inquilino de la casa, un alemán que se quedaba 12 días en Trinidad estudiando español en una academia, del que por cierto, no sabía ni papa. Después del desayuno, me fui a dar una vuelta por la plaza mayor y una plazuela aledaña en la que hay una iglesia con un mirador y una exposición sobre uno de los temas más recurrentes de Cuba, la Revolución. Después me fui a dar una vuelta por una de las zonas no turísticas del pueblo, bastante degradada.
Por la tarde me fui a conectar a internet a una oficina de Etecsa, y estuve un rato charlando con las simpáticas empleadas. Me costó 3 CUC por media hora, por lo que convinieron conmigo que en Varadero me habían estafado (era una oficina de la misma 'empresa' y me habían cobrado 5 CUC por el mismo tiempo). Después estuve en la playa que se encontraba a 12 km y a la que se llegaba con una guagua que salía del centro del pueblo.
Esa tarde conocí a la única persona desinteresada que se dirigió a mí -aunque tampoco es cierto del todo-. Se trató de Raúl, un cubano de Matanzas que me acabó reconociendo que era gay y que yo le gustaba.
Descartadas las excursiones por los interesantes entornos naturales de Trinidad -por su inviabilidad económica y porque estaba un poco vago, por qué no decirlo- decidí emprender camino al día siguiente con destino a Camagüey.



La catedral de Trinidad

El centro de Trinidad

Otra iglesia

Desde el mirador

Un mirador mirando desde el mirador

Al fondo

En la última playa


Atardecer en el Caribe


El Caribe no se inhibe

El jueves 3 de diciembre debía ir hasta la estación de buses de Trinidad para salir a las 8 de la mañana hacia Camagüey. La guagua hacía el trayecto Trinidad-Santiago de Cuba. A las 13:00 h ya estaba en la estación de destino. Como siempre, viajaba sin reservar habitación y un tipo me ofreció una habitación enseñándome fotos. Me la ofreció por 20 CUC, pero accedió a rebajarla hasta 15, que era lo que yo estaba dispuesto a pagar. El tipo no parecía muy de fiar, a parte de que estaba medio borracho por las cervezas que se estaba tomando en el bar de la estación, pero me metí con él y otro tipo en un coche destartalado, parecido al que me recogió en el aeropuerto de la Habana -nunca aprenderé-. Curiosamente, no sucedió nada extraño. La casa a la que me llevaron era muy bonita y acogedora y su dueña, Sarah muy agradable. Me llamó la atención la impresionante cama de que estaba dotado el cuarto.
Dejé mis cosas y me fui a dar una vuelta por la impresionante ciudad, llena de plazuelas y callejuelas retorcidas, según cuenta la leyenda, con la finalidad de despistar a los piratas en sus múltiples incursiones.
Esa tarde conocí a Jorge, un tinerfeño que estaba de vacaciones por Cuba y que ya había visto en la estación por la mañana. Pasé la tarde con él recorriendo la ciudad y nos despedimos esa misma noche, ya que él seguía camino hasta Varadero.
De vuelta a casa, estuve charlando con Sarah y su hermana antes de irme a dormir.

Al día siguiente, después del desayuno, volví a la plaza de San Juan de Dios para visitar el museo-mirador, donde además trabajaba la hermana de mi anfitriona Sarah. La entrada valía un CUC para extranjeros y un peso cubano para cubanos. Por supuesto le dije a la chica de la entrada que me diera una entrada para cubanos -lo cual fue mi costumbre durante todo el viaje en Cuba-. La chica, en lugar de decirme que no, me preguntó que si era cubano de verdad. Yo le dije que sí, pero que hacía muchos años que vivía en España. Me cobró el peso cubano y me dio la entrada, con la única indicación de que no hablara mucho por el museo para que no le echaran la bulla a ella. Jajajaja. Puede parecer un hecho insignificante, pero simbólicamente me desquitaba de todos los excesos padecidos por ser extranjero en Cuba. En fin, que entré en el museo al que tampoco presté mucha atención -henchido como estaba después de mi recién adquirida cubanez- e hice unas fotos desde el mirador.
Después me fui hacia el parque del Casino y estuve haciendo cuentas. Determiné hacer una reducción de gastos importante. Me marqué el reto de sobrevivir ese día gastando únicamente pesos cubanos. Además, volvería a La Habana en un bus nocturno que salía de Camagüey a las 11 de la noche del día siguiente, con lo que me ahorraría pagar una noche en una casa. Una vez en La Habana, me quedarían dos noches que pasar allí antes de regresar a Cancún.
De vuelta a casa y después de no haber podido cumplir el reto -tuve que comprar agua en un chiringuito, por el sofocante calor que hacía- estuve leyendo un rato el recomendable libro que había comprado en el puesto callejero de la plaza de Armas de La Habana, de Daniel Chavarría. Antes de irme a dormir estuve charlando con Sarah y su hermana y jugando a cartas con la pequeña Magdalena, la nieta de 6 años de Sarah.
El día siguiente fue un impás a la espera de que llegaran las 11 de la noche para coger el bus de regreso a La Habana.
Por la tarde estuve en el Café Ciudad leyendo la prensa, donde aparecía el resultado del sorteo del mundial de fútbol del año que viene. Según el periódico Juventud Rebelde 'la deslumbrante España tendrá un apacible tránsito por el grupo H, pero la pesadilla le puede llegar en el cruce de octavos, si se acaba enfrentando a Brasil. Me sorprendió la afición futbolera que hay en Cuba. Yo pensaba que sólo se interesaban por el baseball -la pelota, como ellos lo llaman-, pero hay mucha gente que sigue el fútbol y también al Barça.
En un momento de la tarde, me asaltaron dos jineteras que había visto antes en la plaza de Agramonte engatusando a dos turistas jubilados, mientras una simpática lugareña me leía la mano. Estuve un rato charlando con ellas y -volviendo al argot futbolístico- al ver que sólo echaba balones fuera, desaparecieron.
Me fui para la estación de buses sobre las ocho de la tarde. Allí tuve que esperar hasta que llegara la guagua para saber si había plazas o no. Entre tanto, los autobuses para cubanos iba yendo y viniendo. Le pregunté al señor que controlaba el acceso a estos autobuses si había alguna posibilidad de que pudiera subir a uno de esos (como ejemplo, os cuento que a mí el viaje a La Habana me costaba 33 CUC y a un cubano 106 pesos, unos 4 CUC al cambio). El hombre muy simpático me explicó que no era posible y me empezó a explicar de forma sarcástica cuál era la realidad de Cuba. De paso me explicó el chiste de que estaban Nixon, Gorbachov y Fidel en el infierno y los dos primeros le piden permiso al demonio para llamar a sus países. Cuando acaban la conferencia le pagan la llamada al demonio en dólares y rublos, respectivamente. Fidel mosqueao, decide llamar a Cuba a ver qué estaban tramando los otros. Cuando le dice al demonio que no tiene CUCs para pagarle la conferencia, este le contesta que no se preocupe, que es llamada local.

A las 23:00 salí para La Habana.

En Camagüey, qué cama güey!



Plaza de San Juan de Dios


Convento de San Juan de Dios

Desde el mirador

Convento y ciudad

Iglesia

Aparato digestivo en el río

Otra vez el tipo este

Magdalenita, la nieta de Sarah

Tocando el violín

Desde el Café Ciudad

En el Café Ciudad

Teatro Principal









De vuelta en La Habana

A las 6:30 del domingo 6 de diciembre, día de la constitución en España, llegaba a la estación de Viazul de La Habana. Decidí ir caminando al centro, pasando por la cercana plaza de la Revolución. Cuando estaba haciendo unas fotos, unos simpáticos militares me informaron que allí no podía estar. Después estuve hablando con un arquitecto que me encontré por el camino y que renegaba amargamente de la situación de Cuba. A las 8:30 llegaba a la casa ilegal donde me había quedado una semana atrás.
Los dos días que me quedaban antes de partir de regreso a Cancún transcurrieron sin mayor interés. Únicamente destacaré que conocí al hermano expresidiario de mi anfitriona, a su madre y que el tipo que me captó y me llevó a la casa, no dejó de traer gente -aunque la habitación ya estuviera ocupada por mí- para mostrarles la habitación. Una vez trajo hasta 4 chinos. En fin, no lo hacía con mala intención.
El martes 8 de diciembre salía mi vuelo de retorno a Cancún a las 12:55, pero eso ya es otra historia...



La bien custodiada Plaza de la Revolución

Más Revolución

Malecón, again

Por mi barrio

En el fondo Malecón

Callejeando

Estudio, trabajo y fusil