Páginas

martes, 6 de octubre de 2009

Al sur del trópico de cáncer, tomates verdes fritos o cómo en Mazatlán hay Bimbo pero no Tulipán


Pues eso. Tras dejar atrás Los Mochis (ciudad en la que Labordeta siempre quiso estar) y el recorrido en el CHEPE, me encaminé hacia Mazatlán, ciudad costera del estado de Sinaloa, inmediatamente al sur del Trópico de Cáncer. Allí me recibió un bochorno insoportable, consecuencia, imagino, de los trópicos y sus sures.
Sinaloa, para que tengáis más datos, oh abnegados seguidores, es un estado famoso por su cártel de narcotraficantes. Además, pasa por ser el mayor productor de tomates de todo México, extremo este último que queda recogido en las matrículas de sus coches, en forma de llamativo collage tomatiano. Desonozco si el cártel tienen algo que ver en todo esto.
La ciudad de Mazatlán se articula entorno a un casco antiguo de calles relativamente estrechas salpicado de pintorescas plazuelas. La más famosa y concurrida, la de Machado, cuenta con innumerables restaurantes, terrazas y turistas y varios grupos de músicos callejeros. Otro de los signos característicos de la ciudad es la playa, que la flanquea en su lado oeste.

Hacia el norte de la ciudad, se sitúa la parte más turística, llena de resorts, hoteles de más o menos lujo y complejos turísticos a la espera de recibir, a partir del mes de noviembre, las hordas de gringos y canadienses que nutrirán sus ahora desoladas estancias. Esta zona es también la que recoge la mayor parte de discotecas y bares de copas de la ciudad. El sábado pasado pude comprobarlo de la mano de Octavio, un simpático mexicano de abuelos vascos que empezó por relatarme sus filias hacia los jesuitas pero que no dudó en proponerme ir a un burdel cuando en los garitos tocaban retirada.

El barrio viejo e Mazatlán


La pintoresca catedral de Mazatlán, situada en el barrio viejo. No dejar de reparar en los crucifijos fluorescentes que coronan sus dos torres


Terraza de un restaurante del centro

Hotel

Paseo marítimo de Mazatlán

El mar

Entre arena y espuma

La única bañista que hacía topless

Otra que enseñaba los cocos


Finalmente, hastiado de tanto calor sofocante y teniendo ya esa sensación de haber agotado los recursos que la ciudad era capaz de ofrecerme, el lunes me dirigí en 'una pulmonía' -una especie de transporte público a medio camino entre un taxi y un cochecito de golf- hacia la estación de autobuses para acometer mi siguiente destino.

Es curiosa la sensación de cuando uno llega a un lugar que no conoce de nada. Espera encontrar situaciones y sensaciones nunca vividos anteriormente, y de algún modo lo conseguise. Pero esa sensación se va atenuando hasta que desaparece al fin. Eso mismo lo refiere Vazquez Montalbán, quizás un poco exageradamente, en la novela Tatuaje: '...las ciudades extrañas siempre mienten la promesa de placeres novedosos. Pero cuando te metes en su dura geografía descubres la impenetrabilidad de los cuerpos, la repetida vulgaridad de las situaciones y las personas'. No creo que llegue a tanto, pero, por otro lado, es cierto que el hecho de saber que en unos días te irás de ese lugar te hace vivirlo todo con una especie de anteojos cargados de levedad e intrascendencia. En fin, como acabaría diciendo un crítico de cine después de dar mil vueltas para rellenar el artículo, que me gustó la película.

Cambiando un poco de tema, por aquí se puede seguir el rastro de innumerables empresas españolas que hacen las américas. Ejemplos de ello son Movistar, Bimbo y cómo no, los bancos, los Santanderes y BBVAs de turno. Eso sí, ni rastro de Tulipán.

A las dos de la tarde del lunes subí al bus (camión, como le llaman por aquí) que me llevaría hasta Durango, pero esa ya es otra historia...