De hecho, no estoy muy seguro de que las cosas fueran así, pero es lo único que recuerdo.
A las 6:30 vinieron a buscarme a Maya Bell para ir a Flores en Guatemala. Dado que no tenía sello de entrada en México porque había entrado por tierra y no me molesté en ir a inmigración, no me pusieron el sello de salida -el de la aduana se enrolló y me dijo que pasara sin más, curiosamente-. En la aduana guatemalteca, sin embargo, fue diferente. El simpático agente me señaló que lo que debería hacer es devolverme a México para que ellos me deportaran, pues había estado ilegalmente. Pero claro, no había que llegar a esos extremos, por una módica cantidad de 50 Quetzales (unos 5 euros) me pondrían el sello de entrada sin mayor problema. Pagué la mordida sin rechistar, al igual que las dos chicas que se encontraban en una situación similar a la mía.
En cuanto al viaje, habíamos pagado 300 pesos por un recorrido en bus y lancha, pero de la lancha nunca más se supo. Nos dejaron con el bus-furgoneta en la frontera y allí subimos a otro bus público que nos llevó a nuestro destino, parando, eso sí, en todas las aldeas por las que pasamos con viajeros caragados de pollos, cajas llenas de todo tipo de viandas, etc. Evidentemente nos tomaron el pelo.
Llegué con Jana al hostal Los Amigos en Flores a eso de las 3 de la tarde. Fuimos a dar una vuelta por el pueblo (una minipenínsula rodeada por un lago) y comimos. Por la tarde en el hostal conocimos a Mikel, un vasco-francés cocinero de temporada que iba a estar hasta marzo por latinoamérica, como ya había hecho el año anterior. A partir de ese momento hicimos planes comunes y fuimos juntos a los siguientes destinos.
Flores no deja de ser un ciudad turística llena de restaurantes y hoteles (casi todos vacíos, eso sí) insertada en una ciudad real, Petén.
Tikal o el atraco de las diez y media
Al día siguiente nos dispusimos a ir a las ruinas mayas de Tikal, en una furgo-bus que salía a las 10. Mientras esperábamos a que llegara -se estaba retrasando- un simpático lugareño nos explicó que quizás viniera con retraso ya que el día anterior, esa misma furgoneta llena de turistas había sido asaltada en la carretera. Al fin llegó el transporte y recorrimos los 60 km que separan Flores de Tikal en una carretera salpicada de coches de policía.
Estuvimos unas cuatro horas recorriendo las impresionantes -y extensas, ya que cuentan con más de 400 construcciones diferentes- ruinas de Tikal y volvimos para Flores. La intención era salir esa misma noche para el lago Atitlán, pero no quedaban plazas en el bus. Al final decidimos salir a las 5:30 de la mañana para Semuc Champey, unas pozas naturales de agua, que se encontraban a medio camino.
El hostal Jam Bamboo
Después de una odisea de viaje en furgo-buses hasta la bandera y con escalas en Cobán y Lanquín llegamos de forma surrealista (en una autobús repleto, con un borracho dando la barrila y algunos de nosotros subidos a la baca del bus) al hostal Jam Bamboo, que nos había recomendado uno de sus dueños que coincidió con nosotros el día anterior en Flores -estuvimos tomando algo con él en un bar cuyo peculiar dueño era vecino de Francis Ford Coppola, aunque echaba pestes de él-. En el camino, habíamos conocido a una pareja de cooperantes catalanes, Guillem y Alba, que se unieron a nosotros.
Llegamos al selvático hostal y cenamos pizza (la mejor pizza de centroamérica, según convenimos todos).
Finalmente, antes de ir a dormir estuvimos jugando a las cartas. Al día siguiente nos esperaba la visita al cercano Semuc Champey.
El samurai que bebe champán, la cueva de las 13 velas y el tortillismo como concepto universal
Nos levantamos temprano el viernes 6 y desayunamos el desayuno típico (huevos con frijoles y algo más que no recuerdo). Acto seguido nos encaminamos hacia Semuc Champey (que significa en idioma indígena 'pozas profundas donde se esconde el río'). Nosotros lo llamábamos 'el samurai que bebe champán', truco nemotécnico muy útil -o eso digo yo- para recordar ese tipo de nombres tan extraños. Había que andar unos cuantos quilómetros antes de llegar al sitio y dos perros del hostal -a los que bautizamos como Semuc y Champey- nos acompañaron durante todo el camino.
Llegamos y nos bañamos en las espectaculares pozas, unas estructuras naturales escalonadas que quedan por encima del paso subterráneo del río Cahabón. Mejor ver las fotos para hacerse una idea.
Después, nos dirigimos a las cuevas para realizar el tour que nos había recomendado Clara, una chica de Sabadell que llevaba un año viviendo en DF y que habíamos conocido el día anterior en el hostal.
Llegamos a la cueva 'Las Marías' y nos hicieron quedarnos en bañador y nos dieron unas chanclas que tuvimos que atar rudimentariamente con una cuerda para que no se soltaran. Nos preguntaron si sabíamos nadar, dado que había que atravesar a penas 7 pies de agua que cubría. Sin una idea muy clara de dónde nos estábamos metiendo (Clara nos había explicado que la llevaron por 2 km del interior de una cueva que medía 11 y luego le hicieron atravesar una cascada para después saltar al río desde una altura de unos 8 metros) nos fuimos para la cueva detrás de nuestro guía, un joven indígena de 16 años que a penas entendía español.
Al llegar a la cueva nos repartió unas velas encendidas. Cuál fue nuestra sorpresa cuando tuvimos que atravesar diversas estancias de la cueva nadando, pero sujetando la vela encendida por encima del agua, ya que la cueva estaba absolutamente a oscuras, y el agua, en algunas ocasiones con una fuerte corriente, tenía bastante profundidad en casi todo el recorrido. En seguida las chanclas se me desprendieron y las perdí. Había que subir inestables escalerillas, atravesar estrechas pasarelas agarrados a una cuerda atravesando la fuerte corriente, y todo sujetando la vela encendida con una mano. Aun y con la vela, allí no se veía un pijo. Además, después de un buen rato en el agua, el frío era más que notable. Todos nos mirábamos e intentábamos hacer bromas sobre el asunto, pero estábamos acojonados.
Nuestro guía a veces desaparecía y nos quedábamos a oscuras imaginando qué hacer si no volvía. Creo que sólo conseguí mantener la vela encendida en uno de los trayectos.
Finalmente, cuando todos esperábamos llegar a una cascada por la parte de dentro, que tendríamos que atravesar, llegamos a una estancia cerrada de la cueva y el guía nos comunicó por medio de signos que teníamos que dar la vuelta y volver por donde habíamos venido. Pues eso, dimos la vuelta y regresamos sobre nuestros nados.
Después de salir de la cueva frotándonos los ojos por la experiencia que habíamos vivido y dando gracias por estar vivos, la excursión constaba aún de un lanzamiento al río desde un columpio y de un recorrido río abajo con pneumáticos de camión.
Regresamos al hostal aún incrédulos de la experiencia que habíamos vivido, teniendo claro que Clara había estado en una cueva diferente de la nuestra.
Ya en el hostal, Mikel y Guillem hicieron tortilla de patatas y pa amb tomàquet con el beneplácito del cocinero del hostal. Tocamos los tambores, cenamos pescado y bebimos vino blanco que nos vendieron por 10 euros, para celebrar que habíamos sobrevivido a la cueva de las 13 velas (nos preguntamos cuántas personas habrían fallecido haciendo ese mismo recorrido hasta el momento). En fin, un día para recordar.
Lamentable no dispongo de testimonios fotográficos sobre la experiencia de la cueva. Podréis entender la dificultad de nadar sosteniendo una vela en una mano, la cámara en la otra y tener que agarrarte a una cuerda para que no te lleve la corriente hacia las entrañas de la tierra.
Chichicastenango
El sábado 7 de noviembre nos despertamos a las 5 de la mañana en el hostal Jam Bamboo, después del día tan intenso que habíamos vivido la jornada anterior. A las 5:15 ya nos esperaba el bus con destino a Coban, pasando primero por Lanquín. Como no había sitio dentro, algunos tuvimos que ir en la baca del bus, sorteando las ramas de los árboles y aguantando los baches del camino sin asfaltar y el frío de la noche. En Lanquín pudimos pasar al interior del bus.
Una vez en Cobán, agarramos otro mini hasta Uspantán, donde tomamos café con Valdomero el cafetero, que viajaba en nuestro mismo bus y con el que habíamos ido charlando gran parte del viaje. Después dimos una vuelta por el mercado y jugamos al fútbol con unos niños futbolistas profesionales en la plaza del pueblo (querían apostar 5 Quetzales por gol). Finalmente, agarramos otro mini hasta Quiche y allí un 'chickenbus' nos llevó hasta nuestro destino final. Chichicastenango significa en idioma indígena 'pueblo entre ortigas'. La ciudad es impresionante, sobre todo el cementerio y el mercado, que el domingo alcanza su momento álgido. El hosta 'El Teléfono', donde nos alojamos, era un lugar agradable con una impresionante terraza con vistas a la ciudad y al cementerrio.
El domingo visitamos el cementerio y el mercado, lleno de turistas y de vendedores con más ganas de regatear que Messi. A las dos pasaba a recogernos por el hostal el bus que nos llevaría a Atitlán. Allí nos despedimos de Guillem y Alba, que seguían su ruta a su lugar de trabajo cooperante. Jana, Mikel y yo emprendimos camino hacia Panajachel, a orillas del lago Atitlán.
Titi, el lago caca
En un par de horas estábamos en Panajachel, donde cogimos una lancha que nos llevó al pueblito de San Marcos, donde íbamos a hospedarnos. Llegamos en media hora al pueblo y tras ascender una empinada cuesta llegamos al hostal Xamanak. No había ningún huésped más en el hostal y teníamos la cocina a nuestra disposición. Las vistas del lago desde el hostal eran impresionantes. Por las noches estábamos solos con Domingo, que se encargaba de vigilar el lugar y con el que charlamos largamente durante nuestra estancia en el hostal.
Después de lo que me había contado Leonardo sobre el lago y Mikel, que había estado el año anterior, pude constatar la degradación absoluta que se había producido. El agua estaba sucia, llena de algas y en algunas orillas se acumulaban montones de mierda -literalmente-. Tuvimos claro desde el primer momento que no nos podríamos bañar.
Al día siguiente nos levantamos sobre las 7, desayunamos y nos fuimos en un tuc-tuc del barça hasta San Pedro, otro pueblito a orillas del lago. Estuvimos jugando a básket con unos chavales del pueblo y luego decidimos, en un arrebato un tanto absurdo, ir al ayuntamiento a hablar con el alcalde para saber qué se estaba haciendo con la situación actual del lago. Una especie de alguacil del ayuntamiento nos informó que el alcalde estaba muy ocupado, pero que nos recibiría al día siguiente a las 8:30.
Después de comer y estar en internet nos volvimos a San Marcos, esta vez en lancha. Estuvimos preparando la entrivista del día siguiente con el alcalde e hicimos la cena con lo que habíamos comprado en el mercado de San Pedro. Fue una cena suculenta compuesta por crema de verduras, pan hecho por nosotros con allioli y quiche de verduras hecho por Mikel, un gran cocinero. Antes de dormir estuvimos jugando al dominó, aunque al juego le faltaban 4 fichas.
El martes 10 nos levantamos temprano para acudir a nuestra cita con el alcalde. Estuvimos esperando unos minutos y nos hicieron pasar a la sala de juntas donde, ante nuestra sorpresa, nos recibió el pleno del ayuntamiento, compuesto por el alcalde y al menos ocho personas más. Intercambiamos puntos de vista y nos dio una visión no muy esperanzadora, derivada sobre todo de la falta de recursos, del pueblo, de la comarca y del estado. Nos pasaron unos informes que reflajaban la situación real del lago y lo que era necesario hacer y una carta para hablar en Europa y pedir colaboración en su nombre.
Hay que tener en cuenta que los pueblos del lago no tienen alcantarillado ni depuración de aguas y todos los desechos van a parar al lago. Las mujeres además, lavan la ropa en el lago y nunca nadie se ha preocupado de que la mierda se puede esconder debajo de la alfombra hasta cierto punto antes de que se note.
Más tarde estuvimos hablando con una hostelera del lugar y nos dijo que pagaban muchos impuetos al patronato de turismo y que estos no hacían nada. Casualmente, nos encontramos por la calle a unos del patronato de turismo y les referimos lo que nos había contado la hostelera. Nos dijeron que ellos no tenían competencias en ese ámbito. También nos informaron de que esa misma mañana se celebraba una reunión en Panajachel para discutir todos los temas concernientes a la situación del lago y sus soluciones. A la reunión asistiría el vicepresidente del gobierno, la gobernadora y los alcaldes de la zona.
Ni cortos ni perezosos nos fuimos para allá en lancha y nos presentamos en el hotel donde nos dijeron que se celebraba la reunión. Para nuestra sorpresa, al llegar al hotel nos comunicaron que la reunión se había celebrado la semana anterior.
Un tanto desalentados nos dirigimos hacia el ayuntamiento de Panajachel, según todos, uno de los municipios principalmente responsables de la contaminación del lago. Nos recibió el tercer teniente de alcalde y nos estuvo explicando los planes que habían previsto para minimizar los vertidos al lago, como un parque verde con unas plantas seleccionadas capaces de absorber gran parte de los contaminantes de las aguas residuales. También nos informó que las causas del estado actual del lago eran múltiples. Por ejemplo nos contó que habían introducido una especie de lubina en el lago para pescarla. Este pez acabó extinguiendo una especie única de pez que había en el lago y que se alimentaba de las algas que ahora habían invadido las aguas.
Cansados del asunto, de reuniones fantasma y de que todos echaran balones fuera, nos volvimos a San Marcos a cocinar en el hostal. Decidimos irnos al día siguiente.
El miércoles temprano nos despedimos de Jana que se iba para Nicaragua. Mikel y yo salimos en dirección a Huehuetenango, donde nos separamos. Él se dirigía a pasar unos días con una familia indigena de la población guatemalteca de Todos los Santos. Yo me encaminé hacia la frontera para después llegar a San Cristóbal de las Casas, después de un viaje de 12 horas y multitud de cambios de buses, dites y diretes. Sería la segunda vez que estaría en San Cristóbal, pero fuera la segunda o la quinta eso ya es otra historia...
A las 6:30 vinieron a buscarme a Maya Bell para ir a Flores en Guatemala. Dado que no tenía sello de entrada en México porque había entrado por tierra y no me molesté en ir a inmigración, no me pusieron el sello de salida -el de la aduana se enrolló y me dijo que pasara sin más, curiosamente-. En la aduana guatemalteca, sin embargo, fue diferente. El simpático agente me señaló que lo que debería hacer es devolverme a México para que ellos me deportaran, pues había estado ilegalmente. Pero claro, no había que llegar a esos extremos, por una módica cantidad de 50 Quetzales (unos 5 euros) me pondrían el sello de entrada sin mayor problema. Pagué la mordida sin rechistar, al igual que las dos chicas que se encontraban en una situación similar a la mía.
En cuanto al viaje, habíamos pagado 300 pesos por un recorrido en bus y lancha, pero de la lancha nunca más se supo. Nos dejaron con el bus-furgoneta en la frontera y allí subimos a otro bus público que nos llevó a nuestro destino, parando, eso sí, en todas las aldeas por las que pasamos con viajeros caragados de pollos, cajas llenas de todo tipo de viandas, etc. Evidentemente nos tomaron el pelo.
Llegué con Jana al hostal Los Amigos en Flores a eso de las 3 de la tarde. Fuimos a dar una vuelta por el pueblo (una minipenínsula rodeada por un lago) y comimos. Por la tarde en el hostal conocimos a Mikel, un vasco-francés cocinero de temporada que iba a estar hasta marzo por latinoamérica, como ya había hecho el año anterior. A partir de ese momento hicimos planes comunes y fuimos juntos a los siguientes destinos.
Flores no deja de ser un ciudad turística llena de restaurantes y hoteles (casi todos vacíos, eso sí) insertada en una ciudad real, Petén.
Tikal o el atraco de las diez y media
Al día siguiente nos dispusimos a ir a las ruinas mayas de Tikal, en una furgo-bus que salía a las 10. Mientras esperábamos a que llegara -se estaba retrasando- un simpático lugareño nos explicó que quizás viniera con retraso ya que el día anterior, esa misma furgoneta llena de turistas había sido asaltada en la carretera. Al fin llegó el transporte y recorrimos los 60 km que separan Flores de Tikal en una carretera salpicada de coches de policía.
Estuvimos unas cuatro horas recorriendo las impresionantes -y extensas, ya que cuentan con más de 400 construcciones diferentes- ruinas de Tikal y volvimos para Flores. La intención era salir esa misma noche para el lago Atitlán, pero no quedaban plazas en el bus. Al final decidimos salir a las 5:30 de la mañana para Semuc Champey, unas pozas naturales de agua, que se encontraban a medio camino.
El hostal Jam Bamboo
Después de una odisea de viaje en furgo-buses hasta la bandera y con escalas en Cobán y Lanquín llegamos de forma surrealista (en una autobús repleto, con un borracho dando la barrila y algunos de nosotros subidos a la baca del bus) al hostal Jam Bamboo, que nos había recomendado uno de sus dueños que coincidió con nosotros el día anterior en Flores -estuvimos tomando algo con él en un bar cuyo peculiar dueño era vecino de Francis Ford Coppola, aunque echaba pestes de él-. En el camino, habíamos conocido a una pareja de cooperantes catalanes, Guillem y Alba, que se unieron a nosotros.
Llegamos al selvático hostal y cenamos pizza (la mejor pizza de centroamérica, según convenimos todos).
Finalmente, antes de ir a dormir estuvimos jugando a las cartas. Al día siguiente nos esperaba la visita al cercano Semuc Champey.
El samurai que bebe champán, la cueva de las 13 velas y el tortillismo como concepto universal
Nos levantamos temprano el viernes 6 y desayunamos el desayuno típico (huevos con frijoles y algo más que no recuerdo). Acto seguido nos encaminamos hacia Semuc Champey (que significa en idioma indígena 'pozas profundas donde se esconde el río'). Nosotros lo llamábamos 'el samurai que bebe champán', truco nemotécnico muy útil -o eso digo yo- para recordar ese tipo de nombres tan extraños. Había que andar unos cuantos quilómetros antes de llegar al sitio y dos perros del hostal -a los que bautizamos como Semuc y Champey- nos acompañaron durante todo el camino.
Llegamos y nos bañamos en las espectaculares pozas, unas estructuras naturales escalonadas que quedan por encima del paso subterráneo del río Cahabón. Mejor ver las fotos para hacerse una idea.
Después, nos dirigimos a las cuevas para realizar el tour que nos había recomendado Clara, una chica de Sabadell que llevaba un año viviendo en DF y que habíamos conocido el día anterior en el hostal.
Llegamos a la cueva 'Las Marías' y nos hicieron quedarnos en bañador y nos dieron unas chanclas que tuvimos que atar rudimentariamente con una cuerda para que no se soltaran. Nos preguntaron si sabíamos nadar, dado que había que atravesar a penas 7 pies de agua que cubría. Sin una idea muy clara de dónde nos estábamos metiendo (Clara nos había explicado que la llevaron por 2 km del interior de una cueva que medía 11 y luego le hicieron atravesar una cascada para después saltar al río desde una altura de unos 8 metros) nos fuimos para la cueva detrás de nuestro guía, un joven indígena de 16 años que a penas entendía español.
Al llegar a la cueva nos repartió unas velas encendidas. Cuál fue nuestra sorpresa cuando tuvimos que atravesar diversas estancias de la cueva nadando, pero sujetando la vela encendida por encima del agua, ya que la cueva estaba absolutamente a oscuras, y el agua, en algunas ocasiones con una fuerte corriente, tenía bastante profundidad en casi todo el recorrido. En seguida las chanclas se me desprendieron y las perdí. Había que subir inestables escalerillas, atravesar estrechas pasarelas agarrados a una cuerda atravesando la fuerte corriente, y todo sujetando la vela encendida con una mano. Aun y con la vela, allí no se veía un pijo. Además, después de un buen rato en el agua, el frío era más que notable. Todos nos mirábamos e intentábamos hacer bromas sobre el asunto, pero estábamos acojonados.
Nuestro guía a veces desaparecía y nos quedábamos a oscuras imaginando qué hacer si no volvía. Creo que sólo conseguí mantener la vela encendida en uno de los trayectos.
Finalmente, cuando todos esperábamos llegar a una cascada por la parte de dentro, que tendríamos que atravesar, llegamos a una estancia cerrada de la cueva y el guía nos comunicó por medio de signos que teníamos que dar la vuelta y volver por donde habíamos venido. Pues eso, dimos la vuelta y regresamos sobre nuestros nados.
Después de salir de la cueva frotándonos los ojos por la experiencia que habíamos vivido y dando gracias por estar vivos, la excursión constaba aún de un lanzamiento al río desde un columpio y de un recorrido río abajo con pneumáticos de camión.
Regresamos al hostal aún incrédulos de la experiencia que habíamos vivido, teniendo claro que Clara había estado en una cueva diferente de la nuestra.
Ya en el hostal, Mikel y Guillem hicieron tortilla de patatas y pa amb tomàquet con el beneplácito del cocinero del hostal. Tocamos los tambores, cenamos pescado y bebimos vino blanco que nos vendieron por 10 euros, para celebrar que habíamos sobrevivido a la cueva de las 13 velas (nos preguntamos cuántas personas habrían fallecido haciendo ese mismo recorrido hasta el momento). En fin, un día para recordar.
Lamentable no dispongo de testimonios fotográficos sobre la experiencia de la cueva. Podréis entender la dificultad de nadar sosteniendo una vela en una mano, la cámara en la otra y tener que agarrarte a una cuerda para que no te lleve la corriente hacia las entrañas de la tierra.
Chichicastenango
El sábado 7 de noviembre nos despertamos a las 5 de la mañana en el hostal Jam Bamboo, después del día tan intenso que habíamos vivido la jornada anterior. A las 5:15 ya nos esperaba el bus con destino a Coban, pasando primero por Lanquín. Como no había sitio dentro, algunos tuvimos que ir en la baca del bus, sorteando las ramas de los árboles y aguantando los baches del camino sin asfaltar y el frío de la noche. En Lanquín pudimos pasar al interior del bus.
Una vez en Cobán, agarramos otro mini hasta Uspantán, donde tomamos café con Valdomero el cafetero, que viajaba en nuestro mismo bus y con el que habíamos ido charlando gran parte del viaje. Después dimos una vuelta por el mercado y jugamos al fútbol con unos niños futbolistas profesionales en la plaza del pueblo (querían apostar 5 Quetzales por gol). Finalmente, agarramos otro mini hasta Quiche y allí un 'chickenbus' nos llevó hasta nuestro destino final. Chichicastenango significa en idioma indígena 'pueblo entre ortigas'. La ciudad es impresionante, sobre todo el cementerio y el mercado, que el domingo alcanza su momento álgido. El hosta 'El Teléfono', donde nos alojamos, era un lugar agradable con una impresionante terraza con vistas a la ciudad y al cementerrio.
El domingo visitamos el cementerio y el mercado, lleno de turistas y de vendedores con más ganas de regatear que Messi. A las dos pasaba a recogernos por el hostal el bus que nos llevaría a Atitlán. Allí nos despedimos de Guillem y Alba, que seguían su ruta a su lugar de trabajo cooperante. Jana, Mikel y yo emprendimos camino hacia Panajachel, a orillas del lago Atitlán.
Titi, el lago caca
En un par de horas estábamos en Panajachel, donde cogimos una lancha que nos llevó al pueblito de San Marcos, donde íbamos a hospedarnos. Llegamos en media hora al pueblo y tras ascender una empinada cuesta llegamos al hostal Xamanak. No había ningún huésped más en el hostal y teníamos la cocina a nuestra disposición. Las vistas del lago desde el hostal eran impresionantes. Por las noches estábamos solos con Domingo, que se encargaba de vigilar el lugar y con el que charlamos largamente durante nuestra estancia en el hostal.
Después de lo que me había contado Leonardo sobre el lago y Mikel, que había estado el año anterior, pude constatar la degradación absoluta que se había producido. El agua estaba sucia, llena de algas y en algunas orillas se acumulaban montones de mierda -literalmente-. Tuvimos claro desde el primer momento que no nos podríamos bañar.
Al día siguiente nos levantamos sobre las 7, desayunamos y nos fuimos en un tuc-tuc del barça hasta San Pedro, otro pueblito a orillas del lago. Estuvimos jugando a básket con unos chavales del pueblo y luego decidimos, en un arrebato un tanto absurdo, ir al ayuntamiento a hablar con el alcalde para saber qué se estaba haciendo con la situación actual del lago. Una especie de alguacil del ayuntamiento nos informó que el alcalde estaba muy ocupado, pero que nos recibiría al día siguiente a las 8:30.
Después de comer y estar en internet nos volvimos a San Marcos, esta vez en lancha. Estuvimos preparando la entrivista del día siguiente con el alcalde e hicimos la cena con lo que habíamos comprado en el mercado de San Pedro. Fue una cena suculenta compuesta por crema de verduras, pan hecho por nosotros con allioli y quiche de verduras hecho por Mikel, un gran cocinero. Antes de dormir estuvimos jugando al dominó, aunque al juego le faltaban 4 fichas.
El martes 10 nos levantamos temprano para acudir a nuestra cita con el alcalde. Estuvimos esperando unos minutos y nos hicieron pasar a la sala de juntas donde, ante nuestra sorpresa, nos recibió el pleno del ayuntamiento, compuesto por el alcalde y al menos ocho personas más. Intercambiamos puntos de vista y nos dio una visión no muy esperanzadora, derivada sobre todo de la falta de recursos, del pueblo, de la comarca y del estado. Nos pasaron unos informes que reflajaban la situación real del lago y lo que era necesario hacer y una carta para hablar en Europa y pedir colaboración en su nombre.
Hay que tener en cuenta que los pueblos del lago no tienen alcantarillado ni depuración de aguas y todos los desechos van a parar al lago. Las mujeres además, lavan la ropa en el lago y nunca nadie se ha preocupado de que la mierda se puede esconder debajo de la alfombra hasta cierto punto antes de que se note.
Más tarde estuvimos hablando con una hostelera del lugar y nos dijo que pagaban muchos impuetos al patronato de turismo y que estos no hacían nada. Casualmente, nos encontramos por la calle a unos del patronato de turismo y les referimos lo que nos había contado la hostelera. Nos dijeron que ellos no tenían competencias en ese ámbito. También nos informaron de que esa misma mañana se celebraba una reunión en Panajachel para discutir todos los temas concernientes a la situación del lago y sus soluciones. A la reunión asistiría el vicepresidente del gobierno, la gobernadora y los alcaldes de la zona.
Ni cortos ni perezosos nos fuimos para allá en lancha y nos presentamos en el hotel donde nos dijeron que se celebraba la reunión. Para nuestra sorpresa, al llegar al hotel nos comunicaron que la reunión se había celebrado la semana anterior.
Un tanto desalentados nos dirigimos hacia el ayuntamiento de Panajachel, según todos, uno de los municipios principalmente responsables de la contaminación del lago. Nos recibió el tercer teniente de alcalde y nos estuvo explicando los planes que habían previsto para minimizar los vertidos al lago, como un parque verde con unas plantas seleccionadas capaces de absorber gran parte de los contaminantes de las aguas residuales. También nos informó que las causas del estado actual del lago eran múltiples. Por ejemplo nos contó que habían introducido una especie de lubina en el lago para pescarla. Este pez acabó extinguiendo una especie única de pez que había en el lago y que se alimentaba de las algas que ahora habían invadido las aguas.
Cansados del asunto, de reuniones fantasma y de que todos echaran balones fuera, nos volvimos a San Marcos a cocinar en el hostal. Decidimos irnos al día siguiente.
El miércoles temprano nos despedimos de Jana que se iba para Nicaragua. Mikel y yo salimos en dirección a Huehuetenango, donde nos separamos. Él se dirigía a pasar unos días con una familia indigena de la población guatemalteca de Todos los Santos. Yo me encaminé hacia la frontera para después llegar a San Cristóbal de las Casas, después de un viaje de 12 horas y multitud de cambios de buses, dites y diretes. Sería la segunda vez que estaría en San Cristóbal, pero fuera la segunda o la quinta eso ya es otra historia...