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martes, 27 de octubre de 2009

Don Simón de Oaxaca, los desastres de la guerra, el formulario H-20, las falleras asesinas y ese tipo de historias que nunca nadie debería contar


Claro que no me lo invento, todo es tal cual lo cuento. El viernes 23 de octubre me levanté muy temprano, ya que el bus con destino a Oaxaca salía a las siete de la mañana de la cercana estación de autobuses. Cuál fue mi sorpresa al comunicarme la taquillera que se tardaban once horas en llegar. Rápidamente consulté la guía para descubrir que había un servicio de furgonetas –sí, sí, furgonetas- que hacían ese mismo recorrido en seis horas y mucho más barato. Me dirigí hacia la dirección que indicaba la guía, también cercana y allí estaba una furgoneta habilitada con cuatro hileras de asientos a punto de partir. El simpático conductor me invitó a subir y emprendimos el viaje por la peor carretera que jamás he transitado, llena de baches, agujeros e impactos de meteorito (con los meteoritos humeantes todavía allí). Después de seis ajetreadas horas llegamos a Oaxaca a medio día. Estábamos en el centro, por lo que me dirigí andando por las pobladas calles de la capital oaxaqueña. El hostal que me habían recomendado en Puerto Escondido, estaba lleno, así como los dos siguientes en los que pregunté. Finalmente encontré uno con habitaciones libres, aunque un poco caro.
La ciudad no me pareció muy bonita, en comparación con las que ya había visto anteriormente. Lo que sí es cierto es que seguramente sea una de las ciudades con más marcha de todo el país, llena de garitos, bares con música en directo, discotecas y demás antros para pasar un buen rato bebiendo y escuchando música.

Oaxaca de día

Oaxaca de noche

Esa noche decidí cenar algo en el hotel, así que fui a comprar algunas viandas a un súper cercano. Compré una botella de vino Don Simón, que era el más barato (hay que tener en cuenta que aquí el vino es muy caro, sobre todo en relación a lo que cuesta el resto de cosas). Después de cenar y beberme media botella de vino salí a dar una vuelta. Estuve en un bar en el que tocaba un grupo de rock que hacía versiones de grupos mexicanos y españoles (algo muy común aquí, todos los grupos que he visto tocan exactamente las mismas canciones). Después de un rato y un par de cervezas me fui para el hotel algo aturdido. A la mañana siguiente amanecí con una gran resaca y con un extraño dolor en el hígado. Sin duda, el exceso de Don Simón es incompatible con el bienestar físico y mental.

Don Simón, el mejor compañero del malestar general

Ese mismo día busqué un hostal más barato, y encontré uno por menos de la mitad y que estaba bastante bien, salvo que el baño era una letrina comunal que me recordó que nunca hice la mili.
Esa misma mañana me encaminé a un mirador que hay subiendo por una empinada calle con escalones al norte de la ciudad. Cerca del mirador se encuentra un planetario y me decidí a ir. Antes de llegar al planetario me encontré con una multitudinaria congregación de gente que resultó formar parte de un congreso católico evangelizador y desde el mirador podían escucharse las exposiciones de los congresistas, que daban su cháchara desde un auditorio al aire libre que se encontraba cercano (y por cierto, cobraban entrada por asistir). Por supuesto, después de ascender por tortuosas y abrasadas cuestas, llegué al planetario para enterarme de que los sábados no había función (los planetas también tienen derecho a explayarse los fines de semana).

Vista desde el mirador (os aseguro que no es lo mismo sin oír de fondo: 'arrepentíos pecadores, bla, bla, bla...')

Planetario a tus planetas

De regreso, compré una canastilla de fruta y me la comí sentado en la Plaza del Zócalo, en el centro de la ciudad. Entonces fue cuando hizo acto de presencia una horda de falleras que por lo que pude averiguar, celebraban la festividad de un santo que ahora no recuerdo. Mi primer pensamiento al verlas fue que nunca más volvería a beber Don Simón.

Las Falleras asesinas en tromba

Así se quedó una pobre mujer al ver a las falleras desde su balcón

Fachada de una iglesia con impactos de bala de la época de la revolución (seguro que las falleras tuvieron algo que ver)
Ya por la tarde, en el hostal conocí a una pareja de italianos muy simpáticos con los que estuve charlando toda la tarde.
Aún maltrecho hepáticamente y con la imagen de las falleras dando vueltas por mis aturdidas retinas, me retiré pronto a dormir, con la idea de marcharme al día siguiente con rumbo a Tuxtla Gutiérrez, en el estado de Chiapas, pero eso ya es otra historia...


Sí, ya sé que esto es ya otra historia, pero como el relato de Oaxaca me quedaba un poco cojo he decidido incluirlo aquí. En la Odisea de viaje hacia Tuxtla Gutiérrez, hice escala en Tehuantepec, con la intención de seguir directamente hasta la capital de Chiapas. Finalmente, por extrañas vicisitudes que no vienen al caso, tuve que esperar cuatro horas en la maravillosa estación.
Estación de autobuses de Tehuantepec (os prometo que no es la iglesia)

Baño de la estación
Cuando vi el cartel, pensé que el Ministerio de Sanidad no les había renovado el permiso por la falta del formulario H-20. Luego caí en la cuenta de que, simplemente, les habían cortado el agua.