Se cumplió la primera semana. Lo cierto es que se ha pasado volando y uno no se da ni cuenta pero el implacable cuentakilómetros va corriendo. Por suerte, como sucede en los rickshaws, ese aparato diabólico que nos señala lo que hemos de pagar no sirve para nada y todo va acordado y regateado de antemano. La vida no deja de ser un poco eso, un regateo en el que pensamos que hemos sacado el mejor precio y disfrutamos pensando que todo está controlado, pero el conductor, tras su primera actitud de derrota sabe bien que estamos pagando más de lo justo y ríe por dentro. En fin, ha sido una semana interesante y repleta de emociones y sensaciones diversas. A ratos, uno piensa que no va a aguantar ni una hora más en este lugar y en otras ocasiones, que se podría estar media vida sin problemas. Atrás quedan las interesantes conversaciones con Pablo el argentino, las discusiones de Ersoy con los vendedores de la ciudad y las espirituales elocuciones de Elif, la turca en busca de sí misma y su espiritualidad y, probablemente, a la huida de su marido y su hijo. Curiosa historia la suya, una bailarina que se acabó casando con el médico que la trató cuando se cayó realizando un número de acrobacia.
Es curiosa la diversidad de tipos de personas que uno se encuentra en la India. Me recuerda un poco a la canción de Sabina ‘Todos menos tú’. Se encuentra uno con colgados fumetas; jubilados ingleses cuya pensión con la libra en entredicho no les da para pasar sus vacaciones en Croacia y mucho menos poder comprarse una casita en Torremolinos; gentes en busca de sí mismas; gentes a la huida de sí mismas; gentes que no se tienen pero que tampoco quieren encontrarse; etc. Y aquí estamos todos, dando vueltas por este esquizofrénico país, a la espera de encontrar, esta vez sí, el paraíso prometido y cada uno lo suyo. Para sólo una semana creo que no está mal.
Hoy para despedirme de Jaipur, fui a dar un paseo relativamente temprano, ya que había ido a las 8:00 a la estación de tren a sacar el billete para Ahmedabad. Tras desayunar de vuelta al hostel, ya con el billete en las manos, atravesé la ciudad caminando. Tras un buen rato de escenas cotidianas pero exóticas, llegué a las colinas que constriñen la tumultuosa ciudad por las que ascienden unas murallas escalonadas. El desnivel no es nada despreciable, pero seguí hasta la cumbre donde me encontré un templo presidido por una gran esvástica, aunque creo que nada tiene que ver con la ideología nazi. Efectivamente, parece ser que el templo estaba dedicado a la diosa Ganesh, esa diosa con cuerpo de mujer y cabeza de elefante (creo que más de uno hemos visto eso en la vida real y también la combinación contraria). Según me explicó Dinesh, un joven que por allí andaba con unos amigos (por cierto, creo que es el primer indio que se me acerca sin intención de venderme nada material), la diosa se ocupa de la prosperidad y el éxito en los negocios, a algo parecido. Un contado número de gentes se acercaba hasta allí a hacer llegar sus plegarias a la diosa elefanta o a pedirle clemencia ante la crisis que hasta aquí también llega aunque menos (la ruina sigue siendo absoluta). Como digo, poca gente, a pesar de ser día festivo y de lo popular que era esa diosa según apuntó Dinesh, imagino por lo dificultoso y escarpado del acceso. El joven indio me invitó a acompañarle dentro del templo y previo descalzamiento, accedimos a una estancia medio destechada en la que algunas personas se agrupaban frente a un altar. Dinesh hizo sonar una campana que pendía del techo (ignoro el significado religioso del tema o si simplemente se trataba de que yo era el devoto un millón). Por la parte de atrás del templo una terraza se abría a un inmenso horizonte adornado con un gran lago y varios templos y construcciones que Dinesh me fue describiendo. Finalmente, recuperamos los zapatos dejando atrás los rezos y súplicas de, quizás, algún inversor demasiado audaz de Wall Street.
Es curiosa la diversidad de tipos de personas que uno se encuentra en la India. Me recuerda un poco a la canción de Sabina ‘Todos menos tú’. Se encuentra uno con colgados fumetas; jubilados ingleses cuya pensión con la libra en entredicho no les da para pasar sus vacaciones en Croacia y mucho menos poder comprarse una casita en Torremolinos; gentes en busca de sí mismas; gentes a la huida de sí mismas; gentes que no se tienen pero que tampoco quieren encontrarse; etc. Y aquí estamos todos, dando vueltas por este esquizofrénico país, a la espera de encontrar, esta vez sí, el paraíso prometido y cada uno lo suyo. Para sólo una semana creo que no está mal.
Hoy para despedirme de Jaipur, fui a dar un paseo relativamente temprano, ya que había ido a las 8:00 a la estación de tren a sacar el billete para Ahmedabad. Tras desayunar de vuelta al hostel, ya con el billete en las manos, atravesé la ciudad caminando. Tras un buen rato de escenas cotidianas pero exóticas, llegué a las colinas que constriñen la tumultuosa ciudad por las que ascienden unas murallas escalonadas. El desnivel no es nada despreciable, pero seguí hasta la cumbre donde me encontré un templo presidido por una gran esvástica, aunque creo que nada tiene que ver con la ideología nazi. Efectivamente, parece ser que el templo estaba dedicado a la diosa Ganesh, esa diosa con cuerpo de mujer y cabeza de elefante (creo que más de uno hemos visto eso en la vida real y también la combinación contraria). Según me explicó Dinesh, un joven que por allí andaba con unos amigos (por cierto, creo que es el primer indio que se me acerca sin intención de venderme nada material), la diosa se ocupa de la prosperidad y el éxito en los negocios, a algo parecido. Un contado número de gentes se acercaba hasta allí a hacer llegar sus plegarias a la diosa elefanta o a pedirle clemencia ante la crisis que hasta aquí también llega aunque menos (la ruina sigue siendo absoluta). Como digo, poca gente, a pesar de ser día festivo y de lo popular que era esa diosa según apuntó Dinesh, imagino por lo dificultoso y escarpado del acceso. El joven indio me invitó a acompañarle dentro del templo y previo descalzamiento, accedimos a una estancia medio destechada en la que algunas personas se agrupaban frente a un altar. Dinesh hizo sonar una campana que pendía del techo (ignoro el significado religioso del tema o si simplemente se trataba de que yo era el devoto un millón). Por la parte de atrás del templo una terraza se abría a un inmenso horizonte adornado con un gran lago y varios templos y construcciones que Dinesh me fue describiendo. Finalmente, recuperamos los zapatos dejando atrás los rezos y súplicas de, quizás, algún inversor demasiado audaz de Wall Street.
1 comentario:
Estoy muy contenta ya que por fin ha establecido contacto con la gente local.Supongo que cuanto menos turistica es la zona, mas simpatica es la gente.
Por las fotos los sitios parecen impresionantes,aunque tal vez un poco decadentes.
Como dice usted, si ha aguantado una semana, puede aguantar dos meses, asi que animo!!!
ciaoo Bego
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