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lunes, 26 de enero de 2009
Cómo sobrevivir una semana en la India, nuevo catálogo de viajeros que necesitan un viaje y a quién recurrir si lo pierdes todo en la bolsa
Se cumplió la primera semana. Lo cierto es que se ha pasado volando y uno no se da ni cuenta pero el implacable cuentakilómetros va corriendo. Por suerte, como sucede en los rickshaws, ese aparato diabólico que nos señala lo que hemos de pagar no sirve para nada y todo va acordado y regateado de antemano. La vida no deja de ser un poco eso, un regateo en el que pensamos que hemos sacado el mejor precio y disfrutamos pensando que todo está controlado, pero el conductor, tras su primera actitud de derrota sabe bien que estamos pagando más de lo justo y ríe por dentro. En fin, ha sido una semana interesante y repleta de emociones y sensaciones diversas. A ratos, uno piensa que no va a aguantar ni una hora más en este lugar y en otras ocasiones, que se podría estar media vida sin problemas. Atrás quedan las interesantes conversaciones con Pablo el argentino, las discusiones de Ersoy con los vendedores de la ciudad y las espirituales elocuciones de Elif, la turca en busca de sí misma y su espiritualidad y, probablemente, a la huida de su marido y su hijo. Curiosa historia la suya, una bailarina que se acabó casando con el médico que la trató cuando se cayó realizando un número de acrobacia.
Es curiosa la diversidad de tipos de personas que uno se encuentra en la India. Me recuerda un poco a la canción de Sabina ‘Todos menos tú’. Se encuentra uno con colgados fumetas; jubilados ingleses cuya pensión con la libra en entredicho no les da para pasar sus vacaciones en Croacia y mucho menos poder comprarse una casita en Torremolinos; gentes en busca de sí mismas; gentes a la huida de sí mismas; gentes que no se tienen pero que tampoco quieren encontrarse; etc. Y aquí estamos todos, dando vueltas por este esquizofrénico país, a la espera de encontrar, esta vez sí, el paraíso prometido y cada uno lo suyo. Para sólo una semana creo que no está mal.
Hoy para despedirme de Jaipur, fui a dar un paseo relativamente temprano, ya que había ido a las 8:00 a la estación de tren a sacar el billete para Ahmedabad. Tras desayunar de vuelta al hostel, ya con el billete en las manos, atravesé la ciudad caminando. Tras un buen rato de escenas cotidianas pero exóticas, llegué a las colinas que constriñen la tumultuosa ciudad por las que ascienden unas murallas escalonadas. El desnivel no es nada despreciable, pero seguí hasta la cumbre donde me encontré un templo presidido por una gran esvástica, aunque creo que nada tiene que ver con la ideología nazi. Efectivamente, parece ser que el templo estaba dedicado a la diosa Ganesh, esa diosa con cuerpo de mujer y cabeza de elefante (creo que más de uno hemos visto eso en la vida real y también la combinación contraria). Según me explicó Dinesh, un joven que por allí andaba con unos amigos (por cierto, creo que es el primer indio que se me acerca sin intención de venderme nada material), la diosa se ocupa de la prosperidad y el éxito en los negocios, a algo parecido. Un contado número de gentes se acercaba hasta allí a hacer llegar sus plegarias a la diosa elefanta o a pedirle clemencia ante la crisis que hasta aquí también llega aunque menos (la ruina sigue siendo absoluta). Como digo, poca gente, a pesar de ser día festivo y de lo popular que era esa diosa según apuntó Dinesh, imagino por lo dificultoso y escarpado del acceso. El joven indio me invitó a acompañarle dentro del templo y previo descalzamiento, accedimos a una estancia medio destechada en la que algunas personas se agrupaban frente a un altar. Dinesh hizo sonar una campana que pendía del techo (ignoro el significado religioso del tema o si simplemente se trataba de que yo era el devoto un millón). Por la parte de atrás del templo una terraza se abría a un inmenso horizonte adornado con un gran lago y varios templos y construcciones que Dinesh me fue describiendo. Finalmente, recuperamos los zapatos dejando atrás los rezos y súplicas de, quizás, algún inversor demasiado audaz de Wall Street.
Es curiosa la diversidad de tipos de personas que uno se encuentra en la India. Me recuerda un poco a la canción de Sabina ‘Todos menos tú’. Se encuentra uno con colgados fumetas; jubilados ingleses cuya pensión con la libra en entredicho no les da para pasar sus vacaciones en Croacia y mucho menos poder comprarse una casita en Torremolinos; gentes en busca de sí mismas; gentes a la huida de sí mismas; gentes que no se tienen pero que tampoco quieren encontrarse; etc. Y aquí estamos todos, dando vueltas por este esquizofrénico país, a la espera de encontrar, esta vez sí, el paraíso prometido y cada uno lo suyo. Para sólo una semana creo que no está mal.
Hoy para despedirme de Jaipur, fui a dar un paseo relativamente temprano, ya que había ido a las 8:00 a la estación de tren a sacar el billete para Ahmedabad. Tras desayunar de vuelta al hostel, ya con el billete en las manos, atravesé la ciudad caminando. Tras un buen rato de escenas cotidianas pero exóticas, llegué a las colinas que constriñen la tumultuosa ciudad por las que ascienden unas murallas escalonadas. El desnivel no es nada despreciable, pero seguí hasta la cumbre donde me encontré un templo presidido por una gran esvástica, aunque creo que nada tiene que ver con la ideología nazi. Efectivamente, parece ser que el templo estaba dedicado a la diosa Ganesh, esa diosa con cuerpo de mujer y cabeza de elefante (creo que más de uno hemos visto eso en la vida real y también la combinación contraria). Según me explicó Dinesh, un joven que por allí andaba con unos amigos (por cierto, creo que es el primer indio que se me acerca sin intención de venderme nada material), la diosa se ocupa de la prosperidad y el éxito en los negocios, a algo parecido. Un contado número de gentes se acercaba hasta allí a hacer llegar sus plegarias a la diosa elefanta o a pedirle clemencia ante la crisis que hasta aquí también llega aunque menos (la ruina sigue siendo absoluta). Como digo, poca gente, a pesar de ser día festivo y de lo popular que era esa diosa según apuntó Dinesh, imagino por lo dificultoso y escarpado del acceso. El joven indio me invitó a acompañarle dentro del templo y previo descalzamiento, accedimos a una estancia medio destechada en la que algunas personas se agrupaban frente a un altar. Dinesh hizo sonar una campana que pendía del techo (ignoro el significado religioso del tema o si simplemente se trataba de que yo era el devoto un millón). Por la parte de atrás del templo una terraza se abría a un inmenso horizonte adornado con un gran lago y varios templos y construcciones que Dinesh me fue describiendo. Finalmente, recuperamos los zapatos dejando atrás los rezos y súplicas de, quizás, algún inversor demasiado audaz de Wall Street.
sábado, 24 de enero de 2009
La india según Stendhal
La India según Stendhal
No es que haya podido resucitar a Stendhal y le haya hecho una entrevista. Ni tan siquiera he hecho un viaje astral o en el tiempo como los que imagino que incluyen algunos paquetes turísticos a la India. De hecho, ignoro por completo si Stendhal estuvo alguna vez en la India, y si la elegante h intercalada de su nombre tiene alguna correspondencia con la de Delhi. Simplemente, me remito a su definición de la belleza para concluir a modo de titular de periódico sensacionalista: Según Stendhal la India es uno de los lugares más horribles. El concepto de belleza es muy relativo y tiene connotaciones absolutamente subjetivas, aunque los antropólogos y biólogos estén determinando el concepto científicamente desde el punto de vista evolutivo. En la India he podido contemplar lugares magníficos, palacios, jardines, ruinas legendarias de una impresionante vistosidad y que evocan pasados gloriosos y culturas avanzadas y poderosas. Más aún, estoy convencido de que recordaré este lugar y las cosas que él me acontecieron con una especial añoranza. Evidentemente también me asaltarán los recuerdos negativos de su pobreza, las duras situaciones que a cada paso me asaltaron y esa sensación de causa perdida que sobrevuela cada lugar y sus gentes. Sin embargo, haciendo caso de nuevo a la definición de belleza de Stendhal (una de las más conmovedoras y con la que más me identifico) ‘la belleza es la promesa de felicidad’ (creo que los científicos vienen a demostrar algo parecido pero con otras palabras), dudo que alguien que no haya podido parapetarse tras el escudo del cinismo pueda afirmar que la India es un buen lugar para ser feliz.
Aún me queda mucho por ver y conocer de este país. Sólo espero, de todo corazón, poder rebatir en unas semanas las hipotéticas palabras de Stendhal sobre la India, quizás apoyándome en alguien tan lúcido como él y quizás tras recurrir, esta vez sí, a los improbables viajes a los que antes aludía, conociendo de primera mano la impresión de alguien con más tino que yo.
No es que haya podido resucitar a Stendhal y le haya hecho una entrevista. Ni tan siquiera he hecho un viaje astral o en el tiempo como los que imagino que incluyen algunos paquetes turísticos a la India. De hecho, ignoro por completo si Stendhal estuvo alguna vez en la India, y si la elegante h intercalada de su nombre tiene alguna correspondencia con la de Delhi. Simplemente, me remito a su definición de la belleza para concluir a modo de titular de periódico sensacionalista: Según Stendhal la India es uno de los lugares más horribles. El concepto de belleza es muy relativo y tiene connotaciones absolutamente subjetivas, aunque los antropólogos y biólogos estén determinando el concepto científicamente desde el punto de vista evolutivo. En la India he podido contemplar lugares magníficos, palacios, jardines, ruinas legendarias de una impresionante vistosidad y que evocan pasados gloriosos y culturas avanzadas y poderosas. Más aún, estoy convencido de que recordaré este lugar y las cosas que él me acontecieron con una especial añoranza. Evidentemente también me asaltarán los recuerdos negativos de su pobreza, las duras situaciones que a cada paso me asaltaron y esa sensación de causa perdida que sobrevuela cada lugar y sus gentes. Sin embargo, haciendo caso de nuevo a la definición de belleza de Stendhal (una de las más conmovedoras y con la que más me identifico) ‘la belleza es la promesa de felicidad’ (creo que los científicos vienen a demostrar algo parecido pero con otras palabras), dudo que alguien que no haya podido parapetarse tras el escudo del cinismo pueda afirmar que la India es un buen lugar para ser feliz.
Aún me queda mucho por ver y conocer de este país. Sólo espero, de todo corazón, poder rebatir en unas semanas las hipotéticas palabras de Stendhal sobre la India, quizás apoyándome en alguien tan lúcido como él y quizás tras recurrir, esta vez sí, a los improbables viajes a los que antes aludía, conociendo de primera mano la impresión de alguien con más tino que yo.
El sistema planetario de Connaught Place y la psicodhelia india
Con la perspectiva de llevar ya algún tiempo en India, recuerdo los primeros días en Delhi y las primeras impresiones que me suscitaron sus impactantes escenarios.
No puedo olvidar el casual encuentro con Pablo, viajero argentino en busca, como imagino que todos los que por aquí erramos, no ya de conocimiento, pero sí de algunas pistas que nos ayuden a entender el mundo o al menos que nos muestren cómo es (y no tanto el mundo el mundo como a nosotros mismos en relación a él, que no olvidemos que también somos mundo). Pablo llevaba ya casi un mes por India y estaba armado de ese escepticismo que imagino es indispensable para sobrevivir en un entorno como este. Curtido ya por las mil batallas diarias que se presentan en innumerables frentes, su actitud resuelta no dejaba lugar a la incertidumbre que a cada paso te asalta en este tortuoso camino.
Especialmente recuerdo nuestros concéntricos paseos por la umbilical plaza de Connaught Place, origen y final de cualquier recorrido délhico. Hastiados por el caótico ir y venir de personas, vehículos y ruido, Connaught Place nos ofrecía un escenario ‘seguro’ que se podía alargar a voluntad hasta que la ruleta dejara de rodar. Mientras caminábamos de esea curiosa forma circular, temas de toda índole surgían y una especial lucidez acompañaba esas orbitales reflexiones. Temas de filosofía, sociología, historia, política, religión, etc., acompañaron nuestra errática órbita alrededor del agujero negro de Connaught Place, que tarde o temprano acabará por engullir la ciudad de Delhi y, probablemente, toda la India.
Cuando concluían las conversaciones, nos dirigíamos de regreso hacia nuestro caótico barrio de Pahar Ganj, cercano a la estación de ferrocarril de New Delhi.
Cuando uno ve por primera vez New Delhi se pregunta inmediatamente: dios mío, cómo será Old Delhi. Como dice Manolo por boca de Pepe Carvalho refiriéndose a una zona de mercados de Old Delhi ‘el olor a mierda, muerte, hierbas aromáticas y especias emanaba como una nube sobre cualquier recorrido entre bazares y cafés donde aparecían como muestrarios, aparentemente desorganizados, de cosas y seres humanos’. Nada que añadir, Manolo dixit, causa finita.
Tras el impacto que supone ver cómo es Delhi por primera vez, empiezo a ver claro el origen etimológico de la palabra psicodhelia.
Namaste
No puedo olvidar el casual encuentro con Pablo, viajero argentino en busca, como imagino que todos los que por aquí erramos, no ya de conocimiento, pero sí de algunas pistas que nos ayuden a entender el mundo o al menos que nos muestren cómo es (y no tanto el mundo el mundo como a nosotros mismos en relación a él, que no olvidemos que también somos mundo). Pablo llevaba ya casi un mes por India y estaba armado de ese escepticismo que imagino es indispensable para sobrevivir en un entorno como este. Curtido ya por las mil batallas diarias que se presentan en innumerables frentes, su actitud resuelta no dejaba lugar a la incertidumbre que a cada paso te asalta en este tortuoso camino.
Especialmente recuerdo nuestros concéntricos paseos por la umbilical plaza de Connaught Place, origen y final de cualquier recorrido délhico. Hastiados por el caótico ir y venir de personas, vehículos y ruido, Connaught Place nos ofrecía un escenario ‘seguro’ que se podía alargar a voluntad hasta que la ruleta dejara de rodar. Mientras caminábamos de esea curiosa forma circular, temas de toda índole surgían y una especial lucidez acompañaba esas orbitales reflexiones. Temas de filosofía, sociología, historia, política, religión, etc., acompañaron nuestra errática órbita alrededor del agujero negro de Connaught Place, que tarde o temprano acabará por engullir la ciudad de Delhi y, probablemente, toda la India.
Cuando concluían las conversaciones, nos dirigíamos de regreso hacia nuestro caótico barrio de Pahar Ganj, cercano a la estación de ferrocarril de New Delhi.
Cuando uno ve por primera vez New Delhi se pregunta inmediatamente: dios mío, cómo será Old Delhi. Como dice Manolo por boca de Pepe Carvalho refiriéndose a una zona de mercados de Old Delhi ‘el olor a mierda, muerte, hierbas aromáticas y especias emanaba como una nube sobre cualquier recorrido entre bazares y cafés donde aparecían como muestrarios, aparentemente desorganizados, de cosas y seres humanos’. Nada que añadir, Manolo dixit, causa finita.
Tras el impacto que supone ver cómo es Delhi por primera vez, empiezo a ver claro el origen etimológico de la palabra psicodhelia.
Namaste
viernes, 23 de enero de 2009
La ciudad con nombre de ambientador
Y después de Delhi qué, pues de perdidos al río: rumbo a Jaipur (pronunciado /shepur/). La verdad es que sólo el nombre evoca cantidad de circunstancias y cosas, cómo un nombre de ambientador o frases como ‘quien calcula compra en shepur.
No, la verdad es que es una ciudad que al menos a mí me transmite más que la rocambolesca Delhi. Y eso que la he conocido después de llegar en tren desde Delhi, un tren cogido a las 6 de la mañana (noche cerrada) en la turbulenta estación de la capital y sin haber casi dormido. La experiencia del tren ha sido positiva. Por un precio módico de 465 rupiastras, te transportan durante los 261 km que separan Delhi de Jaipur y te dan un desayuno compuesto de té y galletas y más tarde de un tentempié que constaba (en el caso de la elección no vegetariana) de una tortilla, creo que francesa, con guisantes y judías verdes, pan y más té.
En el andén, a la espera de coger el tren conocí a Ersoy, un chico turco que también hacía el mismo recorrido y que, cómo no, al dedicarse al apasionante mundo del guiísmo turístico, hablaba perfectamente español. Tras un intento de engaño al turco cuando aún no había arrancado el tren (un joven nos ha pedido el billete y le ha dicho a él que le acompañara a la oficina de venta pues su billete no era válido, para según ha visto luego, robarle el pasaporte e imaginamos que pedirle dinero a cambio), llegamos a Jaipur donde fuimos acosados por todos los taxistas y rickshawistas del mundo (cosa habitual) en cualquier foco turístico de la India. Los dos íbamos sin reserva de hotel, por lo que nos hemos puesto a buscar uno que le habían dicho que estaba bien. Lo hicimos y en él estamos. Las habitaciones son tan cuchitriloides como cualesquiera otras en la India, pero son espaciosas y el sitio es tranquilo, tiene terraza y restaurante y está bastante bien.
Entre tanto, fuimos a ver la ciudad y nos metimos por la cuidad amurallada llena de bazares, mercados, zocos, mercadillos, puestos ambulantes y tienduchas, muy coloridas y vistosas. Sufrimos varios intentos de timo del tocomocho pero salimos airosos.
He ahí algunos ejemplos de lo visto, entre los que destacan el váter del tren con caída libre (todos hemos pensado alguna vez que los desechos de los váteres de los trenes caen directamente a la vía, pero aquí es evidente) y el palacio de los vientos (Hawa Mahal), uno de los monumentos más significativos de la ciudad.
Y cómo que cortar y pegar?? No puedo más que escribir cuando tengo un rato en el portátil y si las líneas, el ejército y el dalai baba ese quieren y encuentro un locutorio que funcione, con el pendrive lo envío o lo que sea (y seguirá siendo así). Intentaré alternar los relatos más cronísticos con reflexiones más generales sobre las cosas que voy viendo o me voy inventando, que eso también cuenta (igual ni estoy en la India y os estoy engañando a todos, jejeje).
Namasté.
No, la verdad es que es una ciudad que al menos a mí me transmite más que la rocambolesca Delhi. Y eso que la he conocido después de llegar en tren desde Delhi, un tren cogido a las 6 de la mañana (noche cerrada) en la turbulenta estación de la capital y sin haber casi dormido. La experiencia del tren ha sido positiva. Por un precio módico de 465 rupiastras, te transportan durante los 261 km que separan Delhi de Jaipur y te dan un desayuno compuesto de té y galletas y más tarde de un tentempié que constaba (en el caso de la elección no vegetariana) de una tortilla, creo que francesa, con guisantes y judías verdes, pan y más té.
En el andén, a la espera de coger el tren conocí a Ersoy, un chico turco que también hacía el mismo recorrido y que, cómo no, al dedicarse al apasionante mundo del guiísmo turístico, hablaba perfectamente español. Tras un intento de engaño al turco cuando aún no había arrancado el tren (un joven nos ha pedido el billete y le ha dicho a él que le acompañara a la oficina de venta pues su billete no era válido, para según ha visto luego, robarle el pasaporte e imaginamos que pedirle dinero a cambio), llegamos a Jaipur donde fuimos acosados por todos los taxistas y rickshawistas del mundo (cosa habitual) en cualquier foco turístico de la India. Los dos íbamos sin reserva de hotel, por lo que nos hemos puesto a buscar uno que le habían dicho que estaba bien. Lo hicimos y en él estamos. Las habitaciones son tan cuchitriloides como cualesquiera otras en la India, pero son espaciosas y el sitio es tranquilo, tiene terraza y restaurante y está bastante bien.
Entre tanto, fuimos a ver la ciudad y nos metimos por la cuidad amurallada llena de bazares, mercados, zocos, mercadillos, puestos ambulantes y tienduchas, muy coloridas y vistosas. Sufrimos varios intentos de timo del tocomocho pero salimos airosos.
He ahí algunos ejemplos de lo visto, entre los que destacan el váter del tren con caída libre (todos hemos pensado alguna vez que los desechos de los váteres de los trenes caen directamente a la vía, pero aquí es evidente) y el palacio de los vientos (Hawa Mahal), uno de los monumentos más significativos de la ciudad.
Y cómo que cortar y pegar?? No puedo más que escribir cuando tengo un rato en el portátil y si las líneas, el ejército y el dalai baba ese quieren y encuentro un locutorio que funcione, con el pendrive lo envío o lo que sea (y seguirá siendo así). Intentaré alternar los relatos más cronísticos con reflexiones más generales sobre las cosas que voy viendo o me voy inventando, que eso también cuenta (igual ni estoy en la India y os estoy engañando a todos, jejeje).
Namasté.
jueves, 22 de enero de 2009
El idioma que mas se escucha en India
Dicen que en India se hablan más de 1.600 idiomas diferentes. Esta cifra puede parecer exagerada si estamos tratando de países de nuestro entorno con un tamaño convencional, pero no lo es tratándose de un vasto país en el que habitan más de 1.100 millones de almas, o al menos de cuerpos. Entre las poblaciones con diferentes hablas dentro de India se comunican en inglés, idioma que conocen históricamente debido a su pertenencia al glorioso imperio británico hasta su independencia en 1947. Los idiomas más hablados en India son el Hindi y el inglés, aunque si uno presta atención cae en la cuenta de que eso no es del todo cierto. Sólo hay que dar un paseo por cualquier calle de Delhi a cualquier hora del día para darse cuenta de que existe un idioma en India que se escucha mucho más que cualquier otro: el claxon de los vehículos que transitan por las ateroscleróticas calles de la capital. Es, además, una de las cosas que le llaman a uno más poderosamente la atención y, seguramente, una de las que se quedan grabadas de forma más perdurable en la probable zona del cerebro dedicada a la memoria sonora.
Tocar el claxon en India es algo más que un acto de comunicación, es un signo de identidad, una acto de comunión casi místico que te hace estar en conexión constante con los que te rodean. No en vano el sonido no deja de ser una vibración que se produce en el aire y que viaja de un lado a otro; en este caso casi seguro que es la forma que tienen los indios de estar en contacto unos con otros trasladando sus vibraciones por el aire creando una conexión física y vibrante.
También es llamativo el hecho de que, al contrario de lo que sucede en otros lugares en los que el sonido del claxon es muy mal recibido por el presunto destinatario de esa ruidosa forma de comunicación, aquí es acogido con una amabilidad parsimoniosamente agradecida, que convierte a ese peculiar sonido en algo mucho más relevante.
Es probable que la pragmática religiosidad de India que acaba asimilando en forma de deidad cualquier representación cotidiana de su cultura que alcance cierto grado de trascendencia, acabe por encarnar nuevamente a Vishnu en una forma antropomórfica con cabeza de claxon o en alguna suerte de ser multibraquial en el que cada extremidad sostenga un claxon, eso sí, que suena en todo momento.
Es curioso que en Delhi no hay a penas semáforos, ni guardias de tráfico y casi no hay asfalto, pero a penas existen los accidentes de tráfico. La única forma, pues, de dar trascendencia al acto de conducir por la ciudad es tocar el claxon. Ya sea en coche, rickshaw, moto o bicicleta, la única cosa que hace que los indios formen parte de esa misma realidad viscosa que recorre escandalosamente las calles, es comunicarse a través de su hipertrofiado claxon.
Si alguien quiere venir a India y quiere hacerse entender, mejor que aprender hindi, o inglés, es aprender a tocar el claxon y, más que eso, tocarlo.
Tocar el claxon en India es algo más que un acto de comunicación, es un signo de identidad, una acto de comunión casi místico que te hace estar en conexión constante con los que te rodean. No en vano el sonido no deja de ser una vibración que se produce en el aire y que viaja de un lado a otro; en este caso casi seguro que es la forma que tienen los indios de estar en contacto unos con otros trasladando sus vibraciones por el aire creando una conexión física y vibrante.
También es llamativo el hecho de que, al contrario de lo que sucede en otros lugares en los que el sonido del claxon es muy mal recibido por el presunto destinatario de esa ruidosa forma de comunicación, aquí es acogido con una amabilidad parsimoniosamente agradecida, que convierte a ese peculiar sonido en algo mucho más relevante.
Es probable que la pragmática religiosidad de India que acaba asimilando en forma de deidad cualquier representación cotidiana de su cultura que alcance cierto grado de trascendencia, acabe por encarnar nuevamente a Vishnu en una forma antropomórfica con cabeza de claxon o en alguna suerte de ser multibraquial en el que cada extremidad sostenga un claxon, eso sí, que suena en todo momento.
Es curioso que en Delhi no hay a penas semáforos, ni guardias de tráfico y casi no hay asfalto, pero a penas existen los accidentes de tráfico. La única forma, pues, de dar trascendencia al acto de conducir por la ciudad es tocar el claxon. Ya sea en coche, rickshaw, moto o bicicleta, la única cosa que hace que los indios formen parte de esa misma realidad viscosa que recorre escandalosamente las calles, es comunicarse a través de su hipertrofiado claxon.
Si alguien quiere venir a India y quiere hacerse entender, mejor que aprender hindi, o inglés, es aprender a tocar el claxon y, más que eso, tocarlo.
miércoles, 21 de enero de 2009
Connectivity problems
Hi! Fieles seguidores de mis extranas andanzas. Hay problems por aqu'i e conectividad 'ultimamente, adem'as desde los atentados de Bombay controlan todos los locutorios para que nadie coordine nuevos ataques (o algo as'in).
Bueno, de momento he cumplido y manana me voy en tren a Jaipur. Espero encontrar unos d'ias m'as calmados y explicar m'as cosas.
Namaste.
Bueno, de momento he cumplido y manana me voy en tren a Jaipur. Espero encontrar unos d'ias m'as calmados y explicar m'as cosas.
Namaste.
martes, 20 de enero de 2009
Delhi, Delhi, tiro, tira
Hola, efusivas seguidoras del blog!!
Ya estoy en la India. Despues de un viaje un tanto pesado (las 5 horas muertas en el aeropuerto de Helsinky acabaron pasando factura), esta manana me he encontre de bruces con el mundo real (la india es m'as de 20 veces m'as real que Espana, si nos atenemos al n'umero de habitantes de uno y otro pa'is). Una espesa niebla con olor a humo (o un espeso humo con consistencia de niebla) me acompan'o en el taxi desde el aeropuerto hasta el cuchitr- digo hostel, eso s'i, todo salpicado con escenas deprimentes de gentes vagando, cruzando autopistas, suburvios en los que los periodistas del programa Reporteros se cortar'ian las venas y dem'as zarandajas. Es algo realmente ca'otico. Nada m'as llegar al hostel sal'i a dar una vuelta (imagino que si hubiera sido algo acogedor, o si acaso se hubiera acercado al agujero de las pel'iculas de c'arceles, me hubiera tumbado un rato, pues estaba realmente cansado).
La primera persona que se me acerco por la calle, que por cierto me invit'o a desayunar, resulta que quer'ia venderme un viaje en coche con chofer a rajast'an (quien sabe si para rajarme, que es el deporte nacional de esta regi'on, como todo el mundo sabe) y le he dicho que ya le llamar'e, jeje. Por suerte, acto seguido he conocido a un argentino (viste) que ya lleva 1 mes en la India y me ha puesto al tanto de algunos pormenores necesarios para sobrevivir en este extrano lugar. Por la calle no para de abordarte gente a la busca de una moneda, o por qu'e no, de un billete, vendiendo todo tipo de de refrescos, tentempi'es, alhajas, limpiabotismo, y un largo etc.
Por otro lado, hemos comido en un vegetariano y la comida estaba realmente buena (sobre todo si tenemos en cuenta que es mi primera comida aqu'i). Luego nos hemos acercado a la estaci'on de tren (no coment) para encontrar la gu'ia de rutas viarias indias. Imposible: de aqu'iparaallaismo absoluto y lo hemos dejado para otro d'ia.
He vuelto al hostel y estoy escribiendo estas letras. Casualmente, el argentino se queda en un hostel situado en el mismo callej'on de atr'as que el m'io (callej'on que atrasea la calle de bazares, por supuesto sin asfaltar).
Realmente la entrada ha sido impactante, aunque tengo la impresi'on de que, como casi siempre cuando acontece, detr'as del caos absoluto a primera vista, subyace un sutil'isimo orden que hace que todo esto pueda llegar a ser soportable (si m'as de 1000 millones de t'ios los soportan ser'a por algo). Seguro que es cuesti'on de tiempo. Pronto lo sabr'e.
Besos para mis dos seguidoras y para alg'un rezagado m'as que se acabe apuntando.
Ya estoy en la India. Despues de un viaje un tanto pesado (las 5 horas muertas en el aeropuerto de Helsinky acabaron pasando factura), esta manana me he encontre de bruces con el mundo real (la india es m'as de 20 veces m'as real que Espana, si nos atenemos al n'umero de habitantes de uno y otro pa'is). Una espesa niebla con olor a humo (o un espeso humo con consistencia de niebla) me acompan'o en el taxi desde el aeropuerto hasta el cuchitr- digo hostel, eso s'i, todo salpicado con escenas deprimentes de gentes vagando, cruzando autopistas, suburvios en los que los periodistas del programa Reporteros se cortar'ian las venas y dem'as zarandajas. Es algo realmente ca'otico. Nada m'as llegar al hostel sal'i a dar una vuelta (imagino que si hubiera sido algo acogedor, o si acaso se hubiera acercado al agujero de las pel'iculas de c'arceles, me hubiera tumbado un rato, pues estaba realmente cansado).
La primera persona que se me acerco por la calle, que por cierto me invit'o a desayunar, resulta que quer'ia venderme un viaje en coche con chofer a rajast'an (quien sabe si para rajarme, que es el deporte nacional de esta regi'on, como todo el mundo sabe) y le he dicho que ya le llamar'e, jeje. Por suerte, acto seguido he conocido a un argentino (viste) que ya lleva 1 mes en la India y me ha puesto al tanto de algunos pormenores necesarios para sobrevivir en este extrano lugar. Por la calle no para de abordarte gente a la busca de una moneda, o por qu'e no, de un billete, vendiendo todo tipo de de refrescos, tentempi'es, alhajas, limpiabotismo, y un largo etc.
Por otro lado, hemos comido en un vegetariano y la comida estaba realmente buena (sobre todo si tenemos en cuenta que es mi primera comida aqu'i). Luego nos hemos acercado a la estaci'on de tren (no coment) para encontrar la gu'ia de rutas viarias indias. Imposible: de aqu'iparaallaismo absoluto y lo hemos dejado para otro d'ia.
He vuelto al hostel y estoy escribiendo estas letras. Casualmente, el argentino se queda en un hostel situado en el mismo callej'on de atr'as que el m'io (callej'on que atrasea la calle de bazares, por supuesto sin asfaltar).
Realmente la entrada ha sido impactante, aunque tengo la impresi'on de que, como casi siempre cuando acontece, detr'as del caos absoluto a primera vista, subyace un sutil'isimo orden que hace que todo esto pueda llegar a ser soportable (si m'as de 1000 millones de t'ios los soportan ser'a por algo). Seguro que es cuesti'on de tiempo. Pronto lo sabr'e.
Besos para mis dos seguidoras y para alg'un rezagado m'as que se acabe apuntando.
martes, 13 de enero de 2009
¿Quién es el loco?
Han sido muchos los sufrimientos padecidos hasta el día de hoy soportando las humillaciones y los menosprecios de todas las cortes europeas. Muchos fueron los nobles que escucharon mis teorías y acto seguido me retiraron su protección. Pero por fin todas esas bocas serán silenciadas, por fin mis teorías serán puestas a prueba.
No sin contratiempos, conseguí que una discreta corona de la Europa meridional creyera en mí y financiara el mayor proyecto que jamás se emprendió en la historia de la civilización; por fin podré probar que se puede acceder al continente americano sin necesidad de atravesar el océano Atlántico. Demostraré, encaminándome hacia oriente, que es posible llegar a América no por dónde se había hecho hasta ahora, sino por el otro extremo de la Tierra.
Muchos me llamaron loco, pero por fin y en breve podré ser yo el que pregunte:
¿Quién es el loco?
jajajajajajajajaja...
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